Ahí viene el lobo…
Corro tan rápido como puedo, el hombre lobo tiene que estar cerca, su olor a perro muerto me hace llorar los ojos. La luna brilla sobre mi cabeza y transparenta las tinieblas que engarrotan el bosque, pero ni aun así puedo ver más allá que diez palmos de tierra por delante de mí.
Lo escucho todo; las voces de los hombres, los cascos de los caballos, el crepitar de las antorchas, incluso el crujir de los arcos en tensión y la respiración violenta del licántropo. Lo tengo pisándome los talones, pero a él no puedo verlo.
Siempre ocurre lo mismo en la noche de luna llena. Debo reunirme pronto con los aldeanos y convencerlos de que yo no llamé al hombre lobo. Solo yo puedo adivinar su aparición, yo soy el único que ve en la noche, pero no puedo matarlo. Pido ayuda en cada pueblo. Siempre aviso de su llegada cuando está cerca, mas no me creen, y luego me acusan de hechicero y me quieren linchar junto a la bestia.
Esta vez tengo que convencerlos.
Doy vuelta a una ceiba y ahí están los aldeanos.
- ¡Está aquí! – les aviso, pero un aullido profundo como el abismo se traga mis palabras.
Siento como si la sangre se congelara en mis venas. El miedo me corroe mientras giro la cabeza buscando a la criatura. No la veo.
- ¡Ahí está, disparen! – ordena alguien detrás de mí
Miro hacia donde apuntan los arqueros y un enjambre de flechas me embiste. “¡Maldición!”, pienso mientras corro otra vez. Las saetas no me alcanzan por pocos centímetros.
- ¡No me ataquen a mí, quiero ayudar! – grito, pero el licántropo vuelve a opacar mis palabras con su tétrico lamento de lobo.
Los hombres disparan una segunda ronda y esta vez dos flechas alcanzan mi espalda. Huyo adolorido y noto que mi mente comienza a nublarse.
Los caballos no logran alcanzarme entre la maraña de árboles y raíces. Me detengo junto a una laguna y soporto a duras penas el dolor que me provoca la plata incrustada en la espalda. Inclinado sobre el estanque intento alcanzar las flechas con las manos, pero el dolor es muy intenso, sufro un calambre y caigo de bruces sobre el agua. Me invade la tentación de permanecer ahí tumbado, en silencio, oculto…
Pero escucho las voces de los hombres, los cascos de los caballos, el crepitar de las antorchas, el crujir de los arcos, la respiración violenta del licántropo, siento el olor a perro muerto muy cerca. Un escalofrío de espanto me estremece y en la desesperación encuentro la fuerza para alcanzar las flechas en mi espalda y arrancarlas de un tirón. Gruño adolorido y por primera vez presto atención a la laguna.
Quedo horrorizado al ver el rostro siniestro del hombre lobo reflejado en el agua. Retrocedo y grito, un aullido absorbe mi voz, busco a la bestia en todas partes. No la encuentro. Sé que pronto aparecerán los hombres de entre los árboles que se alzan a mi espalda. Estoy mareado, mi voluntad de huir se torna en furia. Poco a poco crece en mí la ira, me hincha y me transforma. Duele mucho en todas partes, mi consciencia está a punto de desvanecerse. Me tambaleo y trato de aferrarme a una ceiba. Veo la garra inmunda de la criatura apoyada en el árbol y salto hacia atrás, una vez más la busco sin éxito.
Los aldeanos llegan a la laguna vociferando y apuntando sus flechas hacia mí, pero ya no siento miedo, solo furia, quiero matarlos a todos por no haberme creído, por no confiar en mí. Pero estoy a punto de desmayarme, pronto perderé la consciencia. He vuelto a fracasar. El licántropo una vez más se ensaña en mi mente con su magia perversa y ahora estoy inmerso en una modorra lúcida que me hace ver a través de sus ojos. Veo furia, sangre, miedo y tripas. Veo la carnicería que disfruta la bestia y la desesperanza de sus perseguidores. Él ganará otra vez.
Soy libre al amanecer. A mi alrededor están los cuerpos desmembrados y desperdigados de los aldeanos. La criatura se dio un festín con ellos, pero no la veo en ningún lado. Me pongo en pie y corro, debo huir antes de que regrese. Debo avisar a alguien de su llegada. Esta vez tengo que convencerlos.
No-historias
Sobre seres transformaciones.
Aquí vamos:
No-historia #103
El mundo era pequeño antes de nuestra venganza.
Los confines recónditos que buscábamos eran alcanzables.
Los gigantes, ocultos en su inmensidad, aparecerían ante nosotros para satisfacer la justicia letal que tomamos por determinación.
Era pequeño el mundo, pero dejó serlo al abandonar las vidas herméticas.
Cambió.
Se transformó como si respondiera al hecho indiscutible y supremo de nuestra metamorfosis. Éramos víctimas, canallas y cobardes escurridizos. Ahora somos terribles, y el mundo cambió por ello.
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No-historia #104
De los Arrús, las hermosas aves blancas, que mueren en vida ante la tragedia.
Que no soportan el dolor o la agonía.
De los Arrús, o de lo que una vez en vida viva fuesen, de ahí tomó el Final de la Malicia la forma, hueso y carne para dar forma a la bestia, para dar forma a la locura.
Transformó al peor augurio en devastación.
De los Arrús viene el Brekzal.
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No-historia #105
Todo cambia siempre en alquimia y mantiene el equilibrio.
Un caos en orden, cosa imposible y tan real.
La alquimia a consecuencia, es impredecible. Es un arma terrible.
El alquimista no interpreta un concepto por lo que sabe que es, sino que lo cambia a lo que será.
La clave es el equilibrio.
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¡Nos leemos el viernes!
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Wao, mi sono immersa in un bellissimo mondo di emozioni, sogni e fantascienza, l’ho adorato…🙏🏽, sono curiosa di vedere il prossimo ✨
Siempre hay un pequeño momento que te hace entrar en un relato, para mí fue justamente aquí: "crujir de los arcos en tensión". Genial la visión del licántropo confuso desde dentro, ¡un abrazo, amigo!