Hola, Selvar por aquí. Estos correos te llegarán los sábados y contienen la novela del Heraldo de la Guerra, por capítulos.
Me gustaría que este espacio fuese solo para la novela, si quieres saber más sobre Kew’Om y sus personajes puedes pasar por El Archivo de Selvar.
Los dejo con el capítulo primero.
Dorák, el bastardo.
Los cambios en el cielo eran vertiginosos por segunda vez en la jornada. Comenzaba la Faull y el Sol Azul despuntaba por el oeste, arrancando un pedazo de firmamento a su hermano rojo. La sección de cielo que permanecía blanca agonizaba en un estallido de nubarrones carmesí tragados por la oscuridad. El ro moría en su eterno ciclo, pero parecía que era Dorák quien lo mataba. El príncipe bastardo descendía veloz hacia La Montaña. Tenía el viento en contra, le hacía fruncir aún más el ceño y el negro cabello le azotaba la frente como un manojo de látigos. La capa gris se sacudía libre a su espalda y dejaba ver ropas de cuero teñido de azabache y la amenazante espada larga, sin guarda, vaina o adornos que llevaba al cinto; Sombra de luz, era su nombre y el brillo azul de la faull que seguía al príncipe como una extensión de su capa iluminaba el agudo extremo de la hoja.
Detrás venía Sakta, el viejo calvo y sólido como una piedra que capitaneaba su guardia personal. El resto se rezagaba unos pasos, cinco soldados de semblante hosco y el punzante carácter de los fronterizos. Estaban allí para plantar cara a la Corte de Kew’Om, a la Orden del Sol Rojo y al mismísimo rey, héroe y Dragón Ivak, si era necesario. Sakta lo sabía y temía por ello. Rezaba a los soles porque nadie osara atentar contra la Bendita Íria, Dorák derramaría sangre noble en La Montaña del Dragón si asumía que la santa había sufrido algún daño.
El viejo miró hacia el conjunto de cien torres de cristal que se alzaban en el fondo del valle, la luz de los astros se reflejaba en las paredes como espejos, el azul celeste ya casi igualaba al rojo carmesí bajo un cielo dividido entre blanco y negro. Era una visión deslumbrante en aquel valle hermoso y cuidado como el más amplio de los jardines, pero podían distinguirse los estandartes de decenas de nobles izados bajo la bandera del Dragón y Sakta se erizo al escuchar el leve bufido de Dorák ante esta escena. El príncipe bastardo no tenía estandarte, pero traía la faull en la punta de Sombra de luz; empuñó la espada sin detenerse y la alzó, el metal centelló como un relámpago azul y en las almenas de La Montaña debió escucharse el trueno, porque las puertas se abrieron para recibir al General de la Frontera, aunque aún estaban muy lejos de ellas.
- Íria Bendita fue acogida bajo el amparo de su heroico padre, nada le habrá pasado, así que debe mantener la compostura, señor – se atrevió a decir Sakta.
- Tranquilízate, Sakta. Sé que está a salvo con el Dragón, pero no confío en las lagartijas.
No era la respuesta que buscaba, pero fue todo lo que obtuvo antes de llegar a La Montaña. Mientras se acercaban a las torres, el brillo de estas se deformaba en una bruma clara que le daba un aspecto ilusorio a toda la estructura. A Dorák le parecía sofocante. La insignia del rey, un dragón de fuego blanco en pleno vuelo sobre un fondo negro, refulgía con el tono celeste de una torre cercana. Enarbolados a menor altura sobre la muralla circular que protegía La Montaña, los estandartes de los nobles aun recibían la luz del Sol Rojo. Sakta quiso creer que esto era un buen augurio; que representaba el apoyo del Dragón a la causa de Dorák, pero en el fondo temía que anunciara el enfrentamiento entre Dorák y la corte.
Entraron a La Montaña y, como siempre, tardaron algunos segundos en adaptarse al ambiente exótico. En tiempos antiguos, los dioses que dieron lugar a las cuatro Marcas sagradas: Mlof’Me, el Dragón del Alba; Faulo, el Heraldo de la Guerra; We’Ylión, el Sabio Rojo y Uko’Ro, la Sacerdotisa, utilizaron sus interpretaciones divinas para forjar las torres a partir de una montaña de roca cristalina que hallaron en el fondo del valle. Incluso el suelo reflejaba las luces de los astros y cada torre tenía una forma y significado distinto. La más alta de todas era La Promesa, se alzaba en el centro de La Montaña, una espiral de bordes afilados que se levantaba punzante hacia el cielo. El Dragón vivía allí. La primera vez que Dorák la vio, creyó que se trataba de una colosal espada cuyo filo habían retorcido en círculos para formar aquel extraño cono. No muy lejos de La Promesa podía verse Ceremonia, un cilindro perfecto, rematado con una enorme plaza circular en la cima. Dorák apartó la vista de ella y se adentró en la bruma de color para buscar una torre más pequeña y cercana a la muralla. Centinela del Sur, era una atalaya que apenas sobresalía cinco metros sobre el muro, de ella salían un preocupado y gordo oficial seguido por treinta de sus hombres, vestían las armaduras color blanco puro de la guardia real y los seguían el doble de hombres vestidos con decenas de colores distintos. Sakta y los guerreros del príncipe se adelantaron y aferraron las espadas sin desenvainar.
- ¡El bastardo no puede entrar! – chilló un joven de aspecto remilgado que vestía una armadura marrón sin yelmo.
- ¡Trae esa lengua aquí, prole de los Murshón, que vas a saber por qué le cortaron la suya a tu abuelo! – protestó Sakta airado.
El joven de los Murshón se puso rojo, pero retrocedió unos pasos para ponerse al nivel del grupo.
- ¡No se tolerarán peleas en La Montaña! – gritó el oficial colocando a sus tropas entre Dorák y los nobles.
- ¿Qué es todo esto, Iro? – exigió saber Sakta al oficial.
- Estos caballeros acompañan a los distinguidos dragones y herederos de la corte, han venido a ver al Dragón.
- Y de paso dejan a esta banda de lenguas sueltas lampiños para que intercepten al príncipe Dorák. ¿Vas a permitir esto?
- Es un bastardo, no un príncipe – soltó el muchacho de los Murshón interrumpiendo la réplica de Iro antes de que saliera de su boca – Vástago de demonios – se atrevió a agregar desde el amparo del numeroso grupo.
Las espadas de los fronterizos silbaron al desenfundarse y le siguieron las de los nobles. Iro salto hacia adelante pidiendo calma con los brazos extendidos entre los dos grupos. Sakta tenía los números en contra, aunque cada uno de sus muchachos valiera por diez hijos de papá de los que tenía en frente. Había poco hombre de guerra entre ellos y mucho hijo desvergonzado que quiere iniciar en política con un asunto que se les iba de las manos, pero de todas formas él tenía a Dorák. La bravura de los nobles se diluyó ante el semblante adusto del príncipe y los gritos de Iro.
- Ladren todo lo que quieran – dijo Sakta -, quiero ver a cuál de ustedes le han bajado los huevos lo suficiente para dar un paso hacia el príncipe Dorák.
Los fronterizos sonrieron burlones y los nobles se enfurecieron, Iro amonestó a Sakta por la provocación, pero nadie se movió de su sitio, la verdad que ocultaba aquella burla era innegable.
- ¿Dónde está ella? – preguntó Dorák a Iro.
- La Bendita Íria descansa en Ro.
Dorák agradeció al oficial y estuvo a punto de continuar su camino cuando el joven de los Murshón le cortó el paso.
- Se nos ha instruido no...
El muchacho dejó la frase a medias y se tambaleó víctima de un repentino mareo. Uno de los nobles lo sostuvo antes de que callera al suelo, abatido como si le hubiesen descargado un martillo sobre la sien. Cinco más de su grupo se adelantó. Dorák les dio el mismo tratamiento; buscó el pulso de fuego blanco que residía en su interior y ejerció fuerza sobre él sin interpretarlo, dirigió el empujón hacia los impertinentes que le salían al paso y cayeron todos al mismo tiempo. Fuera en poder o interpretación, ninguno de ellos era partido para el príncipe. Iro volvió a colocar a sus hombres entre los dos bandos y por un momento no supo que decir, luego recuperó la compostura y se dirigió a Dorák.
- Temo que no puedo dejar pasar a sus hombres – informó – La Bendita Íria recibe la visita de distinguidos señores. Se ha instruido que los guardias de cada casa deben permanecer en la periferia de La Montaña.
El oficial tembló al ver el disgusto en el rostro del príncipe cuando mencionó el asunto de la visita que recibía la Bendita Íria, pero sintió alivio al notar que Sakta hacía señas a los fronterizos para que se quedaran atrás.
- El perro viejo se queda – exigió otro joven noble y lengua larga.
- Este perro viejo ya era noble antes de que a tu padre le saliera barba – contestó Sakta mientras se alejaba con Dorák – Dale mis saludos a tu tía, seguro se alegra mucho.
- Esperen en Penumbra – indicó Dorák a sus guardias.
Ro era una torre roja, redonda y con el extremo superior afilado y curvo, parecía un colmillo, pero representaba un cristal de Skol, que crecía en las cercanías de la Ciudad Roja. En medio de la estructura se abría un patio techado sobre cuyas columnas continuaba ascendiendo el edificio. A veinte metros sobre el suelo, el tumulto que allí se reunía no se preocupaba de que su voz molestara a los escasos transeúntes de La Montaña, pero Dorák luchó por no salir volando hasta allí espada en mano.
No había guardias en la puerta cerrada. El ro, llegaba a cubrir apenas a su homónima de cristal, pero pronto el cielo negro de la faull se la tragaría también. Sombra de Luz parpadeó en rojo al entrar en el menguante territorio del ro, pero la puerta estaba cerrada y el Sol Azul volvió a cubrirla en el breve lapso de tiempo que Dorák se quedó quieto.
- Han puesto una barrera – murmuró Dorák saboreando iracundo sus palabras.
Sakta no tuvo tiempo a interceder. Dorák desenvainó a Sombra de Luz y en un golpe de inspiración logró rozar el elusivo pulso azul en su interior. ¿Guerra, era lo que gritaba el poder? Impregnó esa idea al pulso y su espada comenzó a desprender humo azul. La descargó contra la barrera y la rajó sin esfuerzos. La puerta se abrió de inmediato y Dorák entró dando largas y furibundas zancadas. Sakta lo siguió escaleras arriba a medida que dejaban atrás a azoradas parejas de guardias. Mientras tenían al príncipe de frente saludaban con respeto y en cuanto les daba la espalda los superaba el miedo, como a todos. El último tramo de escaleras estaba cerrado por otra puerta, Dorák no se detuvo a averiguar si allí también había una barrera, embistió con Sombra de Luz y la hizo astillas. Al parecer, los muy necios y arrogantes no creían que se atrevería a rompería el primer hechizo. El marco vacío de la puerta dejó entrar las últimas luces rojas de la jornada.
El príncipe llegó hasta el umbral y se detuvo. Su presencia arrancó un barullo de pasos y susurros a los presentes, de pie en la oscuridad, con la piel pálida iluminada por el fulgor azul de Sombra de Luz, parecía un espectro. Por un instante la Faull aguardó sobre las puertas. Un instante en el que Dorák dividía el mundo, luego el príncipe avanzó y la oscuridad se tragó el patio. El Sol Rojo abandonó el cielo y su gemelo tiñó todo el cristal de La Montaña de azul celeste.
- Distinguidos – saludó tras devolver la espada al cinto.
Sombra de Luz quedó oculta bajo la capa y los señores que ocupaban el patio se atrevieron a respirar.
- ¿Qué haces aquí? – preguntó un viejo canoso, encorvado y medio calvo.
Dorák reconoció a Uilo, un dragón que tenía noventa y tantos años, había sido muy poderoso en su juventud, al punto de ser un candidato a recibir la Marca del Rey. Uilo llevaba muchos años recluido en su torre, su aparición era una prueba más del problema que Íria había creado.
- Vine a hacer la misma pregunta – contestó Dorák adentrándose en el patio.
Los nobles se agruparon frente a él, eran al menos veinte. Uilo dejó escapar un bufido prepotente, pero no llegó a hablar. Un grupo de Us irrumpió flotando en el patio, las fantasmales criaturas con forma de boca perseguían las disputas, las tragedias y las proezas para cantarlas. Se decía que su voz reflejaba el alma de quienes la escuchaban.
- Inon… - zumbaron los seres con tono grave.
Uilo enarcó las cejas ante la interrupción, pero no había forma de espantar a los Us, además se consideraban sagrados testigos de los dioses, así que se limitó a alzar la voz para superar el murmullo constante que emitían.
- Una pregunta muy grande para la boca de un bastardo con sangre de demonio – dijo al fin -. A no ser que te haya crecido junto con el hambre de poder.
- ¿Dónde está la Bendita Íria? – preguntó en cambio Dorák.
- Creo que ya no está bendita - comento Uilo mordaz.
- ¡Bendita…! – comenzaron a cantar los Us.
Dorák sonrió.
- Parece que los Us no están de acuerdo, distinguido – acotó Sakta mientras ofrecía una leve inclinación de disculpa.
El rostro del viejo dragón se ensombreció.
- Tan bufón como siempre, viejo canalla – ripostó.
- Soy un niño a su lado – continuó Sakta, que buscaba alejar la atención de Dorák en un intento por ganar tiempo, el Dragón debería estar en camino.
- Calmémonos todos – sugirió un joven alto y rubio ataviado con una larga túnica blanca.
Era el príncipe Jav, sujeta en un estilizado cinto de cuero bañado en oro, llevaba una espada estrecha y tan adornada con gemas y artesanías que sería un infierno esgrimirla. El heredero de Ivak, con quien la corte de Kew’Om y la Orden del Sol Rojo habían acordado comprometer en sagrado matrimonio a Íria, tenía el descaro de plantarse ante Dorák con aquella sonrisa condescendiente que solía adornarle la cara como los círculos de colores a una diana. Las antiguas costumbres de la Orden del Sol Rojo obligaban a las Marcas a contraer matrimonio entre sí, con el fin de perpetuar el linaje sagrado. Íria estaba marcada desde la niñez, pero Jav, que se esperaba heredara la Marca de su padre, no lo estaba aún, ni lo estaría hasta que Ivak no muriera, lo cual no ocurriría pronto, el Dragón apenas estaba en sus cincuenta y fuerte como un toro. Íria había alegado que el matrimonio era injustificado y que se trataba de un intento por frustrar su evidente relación con Dorák, pero la Suprema Sacerdotisa Zaila se había negado a escucharla, dado que compartía los prejuicios del resto contra el príncipe bastardo. Dorák intentó disuadir a Íria para que esperaran a cumplir con el plan que habían trazado en secreto, en todo caso, Dorák tampoco estaba marcado, pero la tempestuosa mujer no pudo esperar y había huido de la Ciudad Roja, negado el compromiso con Jav y jurado que Dorák estaba marcado por el Sol Azul para convertirse en Heraldo de la Guerra. El caos se había desatado sin dilaciones.
- Hermano – continuó Jav en tono conciliador hacia Dorák-, comprendo tu preocupación, sé que admiras a la Bendita Íria y que ha marcado tu corazón desde que la salvaras durante aquel lamentable acontecimiento en la frontera, pero debes comprender que todo esto es un error…
Sakta, que presentía la furia acumularse en la expresión de su señor, se dispuso a hablar, pero fue interrumpido por el estridente grito de los Us.
- ¡Traición…! – vociferaron a coro con perfecta sincronía.
- ¡Detengan a ese demonio inmoral! – bramó una voz encolerizada a espaldas de Dorák.
Quince sacerdotes de la Orden entraron en tropel al patio desde el marco vacío por el que pasara el príncipe. Sus vestiduras rojas carmesí se estremecieron cuando el grupo interpretó un hechizo retentor. Quince cadenas de fuego color rojo sangre brotaron de la nada y se abalanzaron contra Dorák, Sakta desenfundó y se dispuso a interpretar, pero el fuego blanco emanó de Dorák y alzó una densa barrera frente a las cadenas. Varios nobles interpretaron hechizos retentores junto a los sacerdotes, pero no lograron pasar la pared de llamas. Dorák se defendía solo ante el ataque de más de treinta dragones, herederos y sacerdotes rojos, y Sakta se preparaba, pesaroso, para contraatacar en el momento en el que su señor perdiera la poca paciencia que los astros le habían otorgado.
Entonces el Sol Rojo pareció regresar en plena faull. Las cadenas de los sacerdotes se extinguieron y los nobles pararon su ataque. Los Us, zumbaban histéricos: Íria, cantaban. Dorák desvaneció sus llamas, ante otra de las puertas que subían al patio, se erguía una joven deslumbrante de largos cabellos rojos carmesí en cuyo vestido blanco se encabritaba el viento. Sobre su cabeza centellaba la imagen de un círculo rojo dentro de un aro vertical del mismo color; era la Marca de la Sacerdotisa.
- Atrévete de nuevo – exigió Íria al sacerdote que lideraba al grupo.
El hombre barbudo y demacrado escupió ante la santa y volvió a dar órdenes de atacar al príncipe, pero no ocurrió nada, sus interpretaciones fallaron.
- ¡Atrévete de nuevo! – bramó Íria y los Us perpetuaron sus palabras en un frenético y desgarrador canto.
Los sacerdotes forzaron su poder hasta ponerse azules y perder el aliento, pero la bendición de Íria era tan fuerte que les negaba la comprensión del Sol Rojo. No podían interpretar en su presencia.
- Déjalos. Íria – pidió Dorák intentando calmar la situación.
Su carácter era una preocupación menor frente a la imprudencia de Íria.
- No – se negó ella.
Entonces los Us enmudecieron y comenzaron a retirarse.
- Déjalos ir, santa – ordenó una voz calmada y profunda.
El Dragón había llegado. El rey pasó bajo el marco vacío inclinando la cabeza en un innecesario saludo formal a Íria Bendita. La potestad de su Marca había dejado secuelas en él; medía casi tres metros, sus pupilas eran blancas y verticales, el cabello rubio desprendía un brillo metálico y lo que parecían arrugas eran los surcos que dejaban atrás las escamas al transformarse.
Íria retiró su interpretación y se inclinó ante Ivak junto al resto.
- Dragón, perdone mi impulsividad – agregó cabizbaja, pero aun molesta.
- Esta perdonada, santa. Comprendo que esta situación resulte exasperante par usted – contestó el rey – Pero debemos poner fin a todo este mal entendido.
- No hay mal entendido, Dragón – se apresuró a explicar el sacerdote demacrado -. Íria debía contraer matrimonio con el futuro dragón, en cambio ha blasfemado contra los astros en una impúdica y cismática relación con este demonio bastardo.
- Cuida tus palabras, Nocno – advirtió el Dragón -, Dorák es mi hijo.
Continuará…
A mí también me gustaron los U, tengo curiosidad de ver como los vas a usar.
Buen comienzo.👌
Empieza fuerte 😯