Los demonios, los descendientes que gobernaban Kew’Om, habían olvidado a aquellas almas grotescas. Dorák solía pensar que esa era la razón del trato que recibía. “No soy un demonio, tengo solo dos piernas y dos brazos”, se repetía de niño. En el mundo de espejos azules y refulgentes que era La Montaña durante la faull, los cientos de reflejos brumosos confirmaban su humanidad.
Siempre que Dorák visitaba la capital, un enjambre de ojos vigilantes se dirigía hacia la recóndita torre. Pero en esa faull, solo los suyos lo observaban: bajo sus pies y en cada pared; de frente o acechando a sus espaldas, su silueta, difuminada por la bruma luminosa, lo vigilaba desde todas partes. ¿Qué significaba esa mirada azul, cargada de reproches?
Sakta había interpretado uno de sus trucos para salir de la torre Ro sin ser vistos, pero no tenía sentido ocultar su presencia demasiado tiempo, dormiría en Penumbra de todas formas y allí lo encontrarían los vigilantes. Aun así, el príncipe no deseaba llegar de inmediato. El disgusto y la preocupación hervían en su interior, pensaba que caminar le ayudaría a disiparlos, pero no contaba con la deprimente compañía de sus reflejos. Veía la tensión en su postura, el gesto de la mano apoyada en Sombra de Luz y aquella mirada inquieta, penetrante… ¿Culpable?
El Supremo Sacerdote llegaría con el Ro para unirse a las Marcas e interpretar aquel hechizo en el que habían puesto sus esperanzas Íria y él. El resultado lo convertiría en santo o haría de Íria una hereje. Dorák sacudió la cabeza para apartar el recuerdo de Nocno llamando traidora a Íria, eso estuvo a punto de hacerle perder el control.
Furia, pero contra quién. ¿Era Nocno un fanático religioso o era cierto que Dorák corrompía a la Santa?
El brazo derecho de Sakta se movió de forma extraña, como si alguien le diera un tirón. Un mensaje. El viejo se detuvo e interpretó magia para hacer desaparecer su brazo un instante, luego lo recuperó y en la mano tenía una nota. Leyó el papel en voz alta.
- Binort, del Bosque Negro y señor de los Confines Libres llegará a La Montaña antes que el Ro y defenderá … - Sakta interrumpió el informe con un ademán perplejo que pronto fue reemplazado por una sonrisa de reconocimiento hacia el carácter implacable del Guardián sin Marca – Dice que está bien que las Marcas decidan lo que sucederá, pero que él estará presente por si se equivocan en algo – concluyó Sakta.
A pesar de sus ánimos tensos, Dorák sonrió complacido.
- Los ha malcriado demasiado a usted y a la Santa. Es más grave en el caso de la Bendita Íria, la cercanía con ese bárbaro de tierras inhóspitas le ha incentivado el carácter impulsivo – comentó Sakta antes de continuar su camino en silencio.
El príncipe no dijo nada, pero buena parte de sus preocupaciones desaparecieron con aquel mensaje. Aunque Binort tenía fama de bárbaro y tormentoso, Dorák se sentía a salvo bajo su protección. Esa idea le hizo pensar en su padre, el Dragón no era una figura paterna tradicional; era una meta que alcanzar. La diferencia entre ser Dragón y o demonio la marcarán tus acciones, le dijo Ivak cuando se encontraron por primera vez, y desde entonces Dorák se había propuesto actuar siempre como lo haría un dragón. Íria había sido la única excepción a la regla. Un desliz que ahora hacía notar su linaje demoniaco más claro que nunca. ¿Habría ofendido al Dragón cuando estuvo a punto de interpretar su pulso demoniaco? Sí, lo había hecho, aquella mirada de reproche se quedaría grabada en su memoria como una cicatriz.
El pulso de magia demoniaca se manifestaba como una nube de humo negro en su interior; iracunda y nerviosa, igual que una bestia confinada. Y lo estaba en realidad, el pulso de fuego blanco del Dragón la encerraba dentro del anillo de llamas que era; impasible y severo. Dorák podía interpretarlos a ambos, era más fuerte con el pulso demoniaco, pero nunca lo utilizaba lejos de la frontera. En todo caso, su interpretación del Dragón era superior a la mayoría de los portadores de ese linaje, incluso entre los muertos.
La magia demoniaca representa a los enemigos que asediaban sin descanso la Barrera Sagrada. Aquella protección legada por los dioses de Kew’Om mantenía a raya a los demonios más poderosos. La barrera era sólida y muy pocas veces había sido burlada, aunque hacía muy poco tiempo desde la última vez había sucedido. Igor el Caído afectó el equilibrio de las fuerzas que componen el hechizo protector y dejó pasar a varios comandantes de los Antiguos Dioses desde el otro lado de la frontera.
¿Eran los Antiguos Dioses quienes merodeaban desde hacía meses al otro lado? Dorák no había recibido respuestas a aquella pregunta. El Dragón le había pedido prudencia y silencio sobre ese asunto, pero no le explicó sus motivos. La actitud del rey debía estar relacionada con la Orden. Algo sucedió entre él y las Marcas de la Orden luego de la muerte de Igor. ¿Tendrían algo que ver con Dorák? Al príncipe no le sorprendería si así fuera, que el Dragón engendre a un hijo demonio le parecía un problema tan grave como que este empezara una relación con la futura Suprema Sacerdotisa. La diferencia era que Ivak poseía una Marca. Una vez más, todas las incertidumbres rondaban en torno a si recibía la Marca del Heraldo o no. ¿Alcanzaba aquel pulso escurridizo en su interior para merecer el reconocimiento de Faulo?
El tercer pulso parecía un sol azul muy pequeño que vagaba cerca de los otros. Había descubierto parte de su significado: Guerra, eso le había parecido entender ante la puerta sellada de Ro. Creía que la ira le había ayudado a comprenderlo, pero ahora no estaba seguro. Guerra e ira, tal como él los imaginaba, eran conceptos negativos, pero el pulso azul era imparcial, terrible, pero justo. Dorák intentaba interpretar las ideas que emitía mientras caminaba junto a Sakta. Estaban bastante cerca de Penumbra cuando un fantasma rojo apareció junto a sus pulsos, la intromisión duró apenas segundos.
- Hará que… - espetó el príncipe, pero dejó la frase inconclusa.
- ¿Señor? – preguntó Sakta.
- Adelántate, necesito revisar algo – indicó Dorák antes de girar en un cruce de calles y desaparecer entre el fulgor de dos torres bajas.
Sakta lo vio marchar seguido por decenas de reflejos.
Dorák volvió sobre sus pasos un rato antes de adentrarse en las zonas menos pobladas de La Montaña. Eligió una torre al azar y se aseguró de que estuviera inhabitada; se lo confirmó el tacto frio de la estructura recta hasta toparse con una cima de tres puntas que caían en pronunciada curva hacia el suelo. Empujó la puerta y se quedó de pie en la oscuridad de un amplio recibidor que no podía apreciar. Unos minutos más tarde, la puerta volvió a abrirse y entró una silueta esbelta y encapuchada. La sombra cerró la puerta y se desplazó con calculada vivacidad hacia Dorák. Saltó sobre él antes de que pudiera abrir la boca. El príncipe, contra su voluntad, correspondió al abrazo y dejó que el calor de Íria despejara otra porción de sus dudas.
- Harás que nos encierren en las fosas de la Ciudad Roja – le dijo luego.
Ella dejó escapar una risita. Se ríe, pensó Dorák luchando contra las quejas que se le acumulaban en la punta de la lengua.
- Te extrañé – declaró ella.
Dorák tenía claro que así era, Íria había puesto el reino de cabezas para que viniera a buscarla. Prometieron esperar hasta descubrir qué sucedía al otro lado de la frontera, el príncipe no creía prudente abandonar su deber cuando parecía que algo importante podía ocurrir en cualquier momento.
Íria se le escurrió entre los brazos y abrió una ventana que le quedaba cerca. La luz celeste reveló una sala semicircular con una puerta de piedra incrustada en el extremo cóncavo, había muebles cerca de las paredes y un pequeño escenario a unos pasos de la puerta. La Santa alzó una ceja al ver la extraña habitación.
- ¿No dirás nada? – preguntó retirándose la capa mientras volvía junto a Dorák.
- Deberías empezar tú.
- Sé que no actué de la mejor manera, pero me quedé sin salidas.
- Pensé que nuestra salida era esperar a que el momento fuera propicio para que todo pareciera idea de Ylión.
- Lo era… - la Santa sostenía las manos del príncipe, pero evitaba mirarlo a los ojos – Quizás debí buscar una excusa para salir de la Ciudad Roja en lugar de forzar mi camino. Reconozco que las cosas se han complicado por mi culpa.
Dorák notó sinceridad en ella y se obligó a tragar las quejas que aún tenía.
- ¿Qué sucedió para que salieras huyendo de la Ciudad Roja?
- Es como habíamos previsto, o peor. Restringieron mis movimientos con todo tipo de argumentos y tareas, querían que permaneciera en el Templo Rojo. No se me permitía salir sola o permanecer demasiado tiempo sin hacer nada. No me sentía tan atosigada desde que era niña, así que empecé a sospechar – hablaba rápido, pero a un ritmo controlado; había estado preparándose para contar aquello -. Encontré una pista gracias a tu hermano – Dorák frunció el ceño -, ha estado visitando la sede de la Orden con varios motivos, me pareció raro. Lo seguí un Ro, estaba con el nieto de Murshon y otros de sus aduladores. Los muy estúpidos hablaban en voz alta sobre sus intrigas – Íria hizo una pausa para meditar lo que iba a decir a continuación -. ¿Entonces, cuándo coloquen la barrera ella no podrá salir?, escuché que le preguntaba el Murshon. Jav le contestó que se trataba de una barrera para demonios e impuros, y que de mí se encargaría la Suprema Sacerdotisa.
Dorák no había previsto eso. Íria lo observaba expectante, ella sabía que estaría avergonzado y furioso por haber sido tratado como un demonio. Aun así, subestimó el disgusto de Dorák por haber estropeado en el último momento un plan que habían construido durante años.
- No abandonaste la Ciudad Roja porque alguien me trató como a un demonio, ¿cierto? – inquirió él.
Íria se levantó de un salto, era su turno para molestarse.
- ¡Una barrera contra demonios, Dorák! – protestó -. La Orden del Sol Rojo estuvo a punto de elevar una barrera que solo afectaría a una persona en todo Kew’Om. ¿Qué ocurriría cuando te enteras que me tenían presa en el Templo Rojo a la espera de mi boda con tu hermano? ¿Qué pasaría cuando llegases a pedir explicaciones y te recibiera una interpretación que además de impedirte el paso se burla de ti?
- ¡Hubiera buscado a Ylión, al Dragón, a Binort… la Orden no puede hacer lo que le dé la gana!
Dorák también se puso de pie y caminó hacia la ventana. Íria lo siguió de cerca y quedaron bajo la luz celeste; tensos en un duelo de miradas que tenía su parte de réplica y otro tanto de súplica.
- Jav es estúpido, pero mi Madre Suprema no, estaría preparada para lidiar con la situación – continuó ella -. ¿Recurrir al Dragón? Confías demasiado en el rey, sabes que Jav es su preferido, no te pondría a ti por encima de él…
- ¡Mi padre entendería!
- ¡Tu padre aceptó el matrimonio!
El príncipe dejó escapar un gruñido de frustración y se giró para apoyar los brazos en el marco de la ventana. No podía negar que se sentía traicionado por aquella decisión, pero creía que aún podía darle la vuelta si recibiera la Marca del Heraldo. Que el Dragón acogiera a Íria bajo su protección le daba esperanzas.
- ¿Y Binort? – insistió Íria implacable – Ese te habría pegado cuatro gritos y puesto al frente de sus ejércitos rumbo a la Ciudad Roja. Para ser sincera, creo que esa era la intención de Jav, piénsalo: de una u otra forma habrías derrumbado el hechizo y llegado hasta el Templo Rojo. ¿Y luego qué? Yo me hubiese ido contigo y todo Kew’Om hablaría de cómo el demonio Dorák raptó a la Bendita Íria y huyó a los Confines Libres bajo el amparo de Binort, el bárbaro del Bosque Negro – Dorák tenía el rostro tenso y presionaba el marco de la ventana con tanta fuerza que podría romperlo en cualquier momento, pero Íria no le dio tregua – Si no escapaba antes de que encontraran la forma de encerrarme allí, habría iniciado una guerra.
- Ylión – dijo el príncipe – Habría buscado a Ylión. ¡Era el maldito plan Íria, convencer a Ylión!
La Santa retrocedió un paso ante los gritos, pero se recuperó de inmediato. Empujó a Dorák a un lado y se apoyó sobre el marco de la ventana. El príncipe, poseído por un impulso infantil, no fue capaz de ceder el espacio y recuperó su posición en la ventana. Quedaron apretados hombros con hombros en el estrecho marco, como si aún fuesen el par de niños testarudos que alguna vez fueron. Mantuvieron el silencio, parecía que les bastaba ver sus reflejos en las superficies cristalinas de La Montaña para continuar con una discusión que tenía lugar entre las emociones y la complicidad que compartían. Asomados en silencio desde aquella torre olvidada, era posible fingir que los tiempos en los que se escabullían para estar juntos nunca habían terminado.
- Debí avisarle a Ylión – aceptó la Santa -. Me asusté, estaba sola y podía ver como construían la jaula a mi alrededor. No quería que me utilizaran.
Dorák se sintió más culpable que complacido por la victoria, Íria había lidiado sola con la situación y él había llegado para cuestionar sus acciones.
- También es mi culpa – le dijo mientras la atraía hacia su lado de la ventana para abrazarla -. Retrasamos el plan por lo que sucede en la frontera, si hubiésemos hecho las cosas antes no tendrías que haber pasado por esto.
Íria aceptó el abrazo y hundió el rostro en el pecho del príncipe. Dorák sabía que encontraría en su capa los restos de alguna lagrima silenciada por la orgullosa mujer. Amonestó a su conciencia por ello.
- Esto terminará con la faull – dijo Íria sin levantar la cabeza.
- Espero que así sea – contestó Dorák.
Íria alzó la vista de golpe y clavó sus pupilas carmesíes en las celestes de él.
- ¿Esperas? – preguntó.
Dorák se maldijo por revelar sus dudas, ese era un tema inaceptable para ella.
- ¿Estás dudando de tu destino otra vez? – inquirió empujando a Dorák contra la pared al acercarse más a él – Soy la Suprema Sacerdotisa, Dorák, te lo he dicho mil veces, serás marcado. ¿O crees que estoy ciega?
El príncipe buscaba las palabras adecuadas para contestar, quería evitar otra discusión, pero no era capaz de mentir sobre sus dudas otra vez. La ausencia de una respuesta solo impacientaba más a Íria, él sabía que se quedaba sin tiempo cuando algo lo distrajo. Eran pasos, apartó a Íria de la ventana y la cerró de golpe. Quedaron a oscuras otra vez.
- ¿Qué haces…? – protestó la Santa, pero Dorák le puso una mano en los labios para silenciarla.
Casi de inmediato Íria escuchó los pasos, luego las voces. Estaban cerca; dos personas, uno era Jaik’Murshon. Se acercaban.
- ¿Seguro de que eran ellos? – preguntó Jaik’Murshon con tono incrédulo.
- Vi sus reflejos – dijo el otro, que debía ser un adolescente por el timbre de su voz - ¿Crees que no reconocería al bastardo y a la Santa?
Dorák susurró una maldición contra la inocente ventana. Tenía que pensar en algo, ya estaban llegando a la puerta.
- Lo que no puedo creer es que se atrevan a escabullirse así ante el Dragón y la Suprema – comentó Jaik’Murshon con tono burlón.
Dorák estaba a punto de ir a abrir la puerta interior para que pudieran esconderse en la torre, pero Íria lo detuvo. La Santa se aferró a él y buscó sus ojos en la oscuridad. Se topó con ellos y susurró una pregunta inverosímil en aquella situación.
- ¿Si no recibes una Marca, permitirás que me obliguen a casarme con Jav?
El príncipe quedó perplejo y no respondió de inmediato. Desde fuera, tocaron la puerta sin mucha determinación, tanteaban la cerradura.
- Está abierta – murmuró el adolescente.
- ¿Dorák? – exigió Íria.
- ¿Escuchaste eso? – exclamó el joven desde el exterior.
- ¡Los tenemos! – soltó Jaik’Murshon.
Dorák permanecía inmóvil mirando a Íria en la oscuridad, no dijo nada. La Santa se apartó de él y fue directo hacia la puerta. La abrió de golpe y los dos entrometidos del exterior saltaron del susto.
- ¡Santa! – exclamó el heredero Murshon mientras intentaba recuperar una postura digna – No debería estar aquí – comenzó a decir después con tono prepotente – En nombre del príncipe y dragón…
- Eres muy estúpido o muy valiente – lo interrumpió Íria – Me atrapaste, bien por ti, Murshon. ¿Quiero saber cuál es el próximo paso de tu estrategia?
Jaik’Murshon contempló la expresión iracunda de la Santa y luego notó a Dorák, de pie en la oscuridad tras ella. Era cierto que había sido estúpido seguir esa pista solos.
- Si hay una próxima vez, recordarás esto – decretó Íria – No me gusta que me sigan.
Arrastró las palabras al ejercer fuerza sobre el pulso del Sol Rojo y dirigir un fuerte empujón contra la pareja de soplones. Se desmayaron de inmediato e Íria se alejó en silencio y sola. Dorák sintió que ahora era él quien debía dar explicaciones, pero no sería aquella faull. También se alejó en silencio de la torre olvidada y los jóvenes inconscientes.
Continuará…
Interesante nuevo capítulo. Aún no están a salvo pero tienen adversarios que son estúpidos y que les han enseñado una lección: a ser prudentes. Esperemos que la sigan en próximos capítulos.
Los amantes tienen una relación compleja. Dorak está lleno de dudas, sobre todo de él mismo.
Veremos cómo continúa.