Concédeme la muerte antes de...
En quien la oscuridad pulula arden con más frenesí las chispas, cuando prenden.
Queda algo de mí luego de la tortura. No lo hubiese esperado nunca.
Yo, un ensombrecido, a quien la oscuridad de la Torre Oñak desmembró y recompuso en la forma de una bestia, ahora sostengo la cuerda y canto para que esta pequeña salte y ría. Así lo hacía para mi niña, antes de que la mataran otros como yo. Esos cachetes redondos e inflados… como una ardilla con la boca llena de nueces — o risas, para esta niña y para la mía son risas — despertaron chispas de humanidad en un hombre destruido a conciencia.
Tendrá unos pocos años más que mi hija antes de que la perdiera. ¿Nueve años? Puede que sean diez, no importa, de todas formas, Uslu’Be es mucho más madura que otras niñas de su edad, puede que sea menor de lo que supongo. ¿Y qué secretos puede guardar esta pequeña? ¿Qué secretos caben en una vida que aún es apenas un parpadeo? La prematura madurez no le impide reír, por lo visto. ¡Benditas sean esas carcajadas que me trajeron de vuelta!
Estamos un poco apartados de la caravana y el azul ya es demasiado oscuro. Se arremolina por todas partes. Es como vivir bajo el agua, si el agua fuese intangible. No tengo tiempo para jugar a la cuerda, pero qué difícil es separarme otra vez de mi… separarme de Uslu’Be, debo recordar la diferencia. Es complicado, por cierto; cuando no pienso en esta niña mi mente se reduce otra vez al hambre de una bestia. He de evitar por todos los medios dejarme llevar por las otras ideas, las que, acurrucadas en los confines de mi conciencia, susurran horror, culpa, fracaso, libertad y salvajismo. Puede que por eso el perro no me quite los ojos de encima. No es cualquier perro, te advierto. Hay una llama en esos ojos redondos. Un paso en falso y este cachorro marrón encontrará la forma de arrancarme el cuello de un mordisco. No tiene de qué preocuparse en realidad, yo haría lo mismo para proteger a mi…
Pero de verdad no tengo tiempo para esto. Al azul ya no le queda nada de celeste y comienza a arremolinarse en el aire con tonos marinos. No falta mucho para que se revelen las Al’Igi; las otras formas. Tengo que irme ya. Uslu’Be me nota pensativo y salta para apartarse de la cuerda.
- ¿Qué te preocupa, cazador? – pregunta juntando las manos detrás de la espalda, como si intentase esconder también detrás de ella la chispa de ingenio que le brilla en los ojos.
- ¡Ah, cosas de viejo! Ya se está haciendo tarde, tengo que regresar o me tocará remar de noche – le digo señalando con la cabeza al diminuto bote de remos atado cerca de la orilla del río.
Uslu’Be se gira hacia el bote, pero su vista pasa pronto al grupo de mercaderes que hablan en susurros y gesticulan con impaciencia a un lado de la hoguera. El resto de la caravana — sirvientes, niños, guardias y aprendices — se han separado por el claro de bosque, para darles espacio. El color azul chisporrotea en torno al fuego, contrariado por el desafío del rojo, y se amontona plácido sobre las aguas del río. Ya no queda ni gota de celeste. Entre los árboles, en la misma dirección en la que se encuentra mi bote, el sol se oculta en el horizonte con un estallido de luz violeta.
- ¿Están preocupados por algo los tlanikes? – indaga Uslu’Be con perspicacia.
Mi primera reacción es mentir para no preocupar a la niña, pero qué pasa si los comerciantes deciden seguir su rumbo. Quizás deba tomar a Uslu’Be y al cachorro y salir de aquí solo con ellos.
- Escucha, Uslu’Be, estamos… - me detengo horrorizado.
¿Me llevo a Uslu’Be y luego qué? La noche está al caer, la niña verá mi Al’Igi y sabrá lo que soy. No, no pudo llevarla, solo advertir. Tengo que convencer a los tlanikes para que se desvíen río arriba antes de que llegue la horda de ensombrecidos. Hasta ahora me han hecho caso y han logrado sortear el peligro. Me he ganado su confianza, espero que…
- ¿Cazador? – pregunta Uslu’Be.
- ¡Ah, perdona pequeña! – contesto mientras le pongo la cuerda de saltar entre las manos y comienzo a alejarme – Debo hablar con los tlanikes.
- ¿Estamos en peligro?
Ahora se ve asustada, casi como cualquier niña que presiente algo malo, pero la expresión tensa de su carita me habla de alguien que ha visto más horror del que debería. ¡Maldito sea el Azul! ¿Qué le habrán hecho a mi…? No importa, ahora estoy aquí, esta vez la protegeré. Esta vez…
- Nada, no te preocupes, es solo algo que vi en el bosque – le digo mientras la dejo atrás.
Al llegar ante la hoguera los comerciantes interrumpen su conversación.
- Lagot – dice el tlanike más influyente de los siete, su nombre es Caparo, un tipo macizo a pesar de los años. Jovial, aunque terco como una mula.
- ¿Decidieron?
- No es que no confiemos en ti, nos has salvado varias veces, pero si desviamos el rumbo río arriba tardaremos semanas en bordear las Colinas Negras. Vamos cargados de frutas, necesitamos llegar cuanto antes a Ciudad Sotavento – me explica Caparo mientras cuatro de los otros seis parecen estar de acuerdo.
- Si no se van ahora los alcanzará esa horda de ensombrecidos – les advierto -. ¡Pueden caer sobre ustedes en cualquier momento!
- ¿Cuántos has dicho que eran? – pregunta Caparo.
- No me quedé a ver, más de treinta.
- Creemos poder tomar el riesgo, tenemos más de cincuenta escoltas, y muchos de nosotros podemos pelear.
Necios. Inspecciono la caravana para evaluar a esos escoltas… Están bien armadas con lanzas, espadas y armaduras rojas para rechazar ataques azules, pero no veo compromiso en sus rostros. Tampoco usan insignias ni uniforme. El líder es un primo de Caparo. Estos son granjeros contratados y armados por los tlanikes. No, con esos hombres no saldrán vivos. Voy a advertirles… ¿Es esa Uslu’Be? La niña sostiene una mochila y señala hacia el bosque, el cachorro marrón sale disparado como una saeta y se pierde en la maleza. Uslu’Be se pone a revisar el interior de su mochila.
- Nos apena rechazar tu buena voluntad… - está diciendo Caparo.
- No van a parar a los ensombrecidos con estos hombres – le interrumpo -. Son engendros creados por la entidad de la Torre Oñak. Tienes cincuenta escoltas, pero con hombres como estos necesitarías a doscientos para salir bien parado del ataque.
Algunos tlanike se inquietan al notar la seguridad en mis palabras, pero entonces comienza la muda. Anocheció, el color azul es demasiado oscuro ahora y su naturaleza altera el mundo. Caparo comienza a adelgazar y su sonrisa se torna altiva. Los otros también están cambiando. Yo debo estar cambiando también…
- Bueno, después no digas que no te advertí – espeto y corro de improviso hacia mi bote.
No miro atrás, puedo sentir como mi apariencia transita hacia la forma Al’Igi, deshilachándose sobre mi naturaleza real como el humo que sale de un cadáver incinerado. Enfrento a la transformación con fuerza de voluntad, no deben verme mudar. Remo unos cuantos metros y la corriente cambia también. Comienza a arrastrarme fuera de la vista de los comerciantes. Doy un rápido vistazo hacia atrás. No me están prestando atención, han llamado a sus hombres, asumo que para avisarles sobre la amenaza que se les viene encima. Esa horda de ensombrecidos estaba siguiendo el rastro de la caravana, estoy seguro. Y acabo de abandonarlos a su suerte. Dejé a Uslu’Be atrás. Reconocerlo me marea, suelto los remos y la corriente aún me arrastra. Las otras ideas ganan terreno en mi mente, es más difícil contenerlas en la forma Al’Igi.
¿Para qué querría proteger a una niña que se parece a otra niña muerta? ¿Qué gano con eso? Soy estúpido en realidad, muy estúpido… Bueno, es cierto que me da un poco de pena que la chiquilla muera, ¡y eso es terrible! Es injusto que yo sienta pena por alguien a quien en realidad no conozco. No pena; siento miedo por ella. ¡Miedo! ¡MIEDO! No otra vez.
Las sensaciones de la tortura acarician mi cuerpo en una oleada de memorias. Ecos de instantes eternos. El chasquido de huesos rotos, el zumbido húmedo de la piel arrancada, los suspiros saciados del verdugo… ¡No! No vale la pena. Soy libre ahora, y… me llaman. Ya están aquí, los ensombrecidos están cayendo sobre los comerciantes. Quiero estar allí, pleno de dicha y libertad. Quiero matar.
Me pongo de pie e inhalo el azul, oscuro como mi alma. Late en mi interior al ritmo de los gritos que llegan ya. Mis hermanos me llaman. Voy a matar con ellos. ¿Para qué he estado protegiendo a estas presas? Que desperdicio. Ah, sí, había alguien allí que… ¡Uslu’Be!
El nombre me arranca otra vez de la bestia. Me encuentro agazapado entre los matorrales, aún junto al río. Mi forma Al’Igi es todo humo, garras y azul oscuro. Alto y encorvado, con las piernas largas y huesudas en una flexión perpetua. Me mareo otra vez. Estuve a punto de ir a matarlos. ¡La caravana está bajo ataque! Soy consciente de los gritos, ahora desde la perspectiva humana.
Un movimiento a mi espalda. Las hojas se apartan. Algo se acerca. Un perro marrón, tan alto y grueso como el más terrible de los mastines de caza de las praderas Ishkarum, pero de aspecto lobuno. Su pelaje brilla con un tono metálico y desprende algunas chispas verdes. Gruñe y el mundo gime de miedo. El azul se aparta de él. Retrocedo. Algo más se mueve en los arbustos.
- ¿Cazador? – pregunta Ulsu’Be.
¡Me ha seguido! Envió al cachorro tras de mí, esta criatura terrible que tengo delante es él; su forma Al’Igi. La niña me va a ver… debo huir. Ella aparece y ambos nos quedamos paralizados. Su segunda forma es una constelación de estrellas. No, es una galaxia con forma de niña. Solo se ven sus ojos y las estrellas. Y hay terror en su mirada. Me ha visto… Estoy acabado, me odiará. El perro salta hacia delante y yo alzó las garras por instinto.
- ¡No, Kuó’k! - grita ella y el animal se detiene – Vámonos – le ordena.
Ambos se alejan sin darme la espalda, vuelven a la espesura.
- No regreses a la caravana, huye río arriba – le advierto.
Uslu’Be duda, pero se sube a espaldas del perro y este la lleva río arriba. Estoy muy quieto. Me ha visto, sabe lo que soy… en lo que me han convertido. Y decidió confiar en mí. Siento alivio, se me ha retirado un peso enorme de la espalda; ella sobrevivirá, si logra llegar a las tierras altas del río no podrán seguirle el paso. Además, el perro cuida de ella. ¿Es ese cachorro un…? No, no importa. Ahora tiemblo de miedo. Uslu’Be ya no está. No necesito protegerla. Nada me aleja del suplicio… vuelvo a ser una bestia.
La batalla apenas comienza, es una carnicería, hermosa y violenta. Una vorágine de arrepentimiento y esperanzas trituradas. Egos triturados. ¡Avariciosos! Te lo advertí Caparo, ahora voy a mostrarte… Mis hermanos se dividen, han visto una presa que huye río arriba… ¡Río arriba!
Me lanzó bosque adentro corriendo como una exhalación. Están cortando camina hacia Uslu’Be. Yo la envíe por esa ruta, si la encuentran… ¡la habré matado yo! Resurgen desde mi antigua vida los recuerdos perdidos y forman trincheras de emoción en mi mente contra a las ideas de bestia. Quien fui, ora humilde y respetado ora implacable taumaturgo del azul ora el padre de una niña asesinada…
- ¡No! – rujo contra el bosque y el recuerdo.
Pienso el Azul y el color se arremolina en torno a mí como un nubarrón de tormenta. Lo absorbo, pero, por primera vez en décadas, el poder no pasa por la enferma interpretación de la bestia, sino por mi antigua interpretación del Azul. Guerra, Protección y Justicia, los conceptos extranjeros vibran en mi cuerpo. Abro la boca y me trago la tormenta azul. Exhalo y una vaharada infinita de azul celeste desgarra el oscuro azul de la noche, como un tarro de tinta derramado en un cubo de agua.
Ahora, pleno de poder, embisto hacia la muerte. Llego a una colina y la veo, Uslu’Be ha interpretado una barrera de estrellas frente a ocho ensombrecidos que los arrinconan contra una maraña de gruesos árboles. El perro ruge bajo y los ensombrecidos le temen, pero no esperarán para siempre, el hambre se impondrá. Salto y caigo sobre ellos. Hay sorpresa, pero no traición en sus… ¿rostros? No percibo sus pensamientos, estoy demasiado alejado de las otras ideas.
Lanzo contra el que tengo más cerca una pincelada de celeste que se torna en lanza y le empala la cabeza horrenda. Los otros reaccionan, esquivo los zarpazos lanzándome de costado hacia la barrera de Uslu’Be. El celeste me sigue como una vorágine ígnea y pinto con él una docena de lanzas, pero los ensombrecidos interpretan su oscuro azul en respuesta y una nube de noche fulgurando en esquivo azul marino se traga las lanzas. Van a atacar. Busco mi color al interior de la nube ensombrecida y lo siento furioso.
- ¡Guerra! – grito vibrando con la esencia del hechizo.
El celeste estalla y por un momento la luz nos ciega a todos. Reclamo todo el color que puedo en torno a mí mientras intento recuperar la visión. Eso fue un movimiento desesperado, he perdido el dominio sobre este concepto… Una garra me atraviesa el costado izquierdo. Grito de dolor y hago caer una espada celeste sobre el brazo ensombrecido. La bestia grita y de improviso mi visión regresa. Los tengo encima. La explosión mató a dos, pero quedan cinco. Busco el concepto de la protección en mi mente y el color se transforma en una muralla de escudos frente a mí, a tiempo para bloquear el tumulto de garras que impactan contra ellos como las balas erradas contra la pared del paredón. Abro brechas entre los escudos y empujo lanzas a través de ellas. Me recompensan los gritos de dos engendros, pero uno trepa sobre los escudos y cae a mi espalda. Me giro y, guiado por el instinto, descargo un golpe de espada que detiene la garra izquierda del ensombrecido, a medio paso de mi rostro. No veo venir la patada. Me lanza contra mis escudos y la barrera se derrumba. Llamo al celeste y otra vez soy una vorágine de color. Ruedo entre ellos mientras esquivo golpes y materializo lanzas, logro empalar el pecho de uno, pero estoy en desventaja tirado en el suelo. El ensombrecido ignora el dolor y arroja su cuerpo sobre el mío al morir. Estoy atrapado. Busco el celeste a través del concepto de la Guerra, desesperado. Tan cerca, solo quedan dos.
- ¡Kuó’k! – grita Uslu’Be.
El perro ruje, el azul se aleja de él, la barrera de estrellas cae y la criatura salta sobre un ensombrecido y le aferra el cuello entre las fauces. El otro se distrae con la nueva amenaza y yo encuentro las fuerzas para liberarme del cadáver al mismo tiempo que logro imprimir el concepto de la guerra a una pincelada de celeste. Estalla en la forma de un haz de luz hasta la frente del último ensombrecido.
Hay silencio en el bosque, pero el azul está perturbado. Salvé a Uslu’Be, esta vez, cuando los recuerdos de lo que fui vuelven a retroceder ante las otras ideas, sé que no habrá retorno.
- Kuó’K… - llamo al perro y este mi mira.
En sus ojos veo que me entiende.
- Por favor, yo… -
La majestuosa criatura se gira hacia Uslu’Be. La niña se acerca. ¡No, rápido, antes de que me pierda!
- Concédeme esto, Kuó’K… - le ruego.
La niña está frente a mí, pero no me atrevo a mirarla, estoy regresando a la bestia. Ella no corre peligro. Pronto se irá y yo volveré a… a matar y a sentir que he nacido para…
- Ven con nosotros, cazador – dice Uslu’Be y me pone una mano de estrellas en el pecho.
La bestia ensombrecida gruñe y huye intimidada hasta lo profundo de mi mente. ¿Qué es esto?
- Puedes curarte, yo te ayudaré, cazador.
Dudo.
- Ven conmigo – insiste Uslu’Be.
Las otras ideas se han hecho diminutas. Los conceptos del celeste pulsan en mi interior… pulsan en mi interior, otra vez, como antes de caer. Hay algo más en mí, lo busco. Está en mi pecho, bajo la manita de Uslu’Be. ¿Una estrella? ¡Esto… esto es un Don! Pero solo los dioses…
¿Quién es esta niña?
Hola, Selvar por aquí. El cuento de hoy fue largo, así que te dejo hasta el próximo domingo. Nos leemos.
PD: Cuento relacionado:
Conmovedor
Ese perro!