La Sutileza del Anhelo
Un Rey y un Genio intentan recomponer los pedazos de su mundo roto, cada uno a su manera...
Hola, Selvar por aquí.
Hoy tenemos edición especial del Archivo, quiero compartir contigo el inicio de una de mis novelas. Y me gustaría conocer tu opinión sobre ella. A modo de taller literario.
¿De qué novela se trata?
«La Sutileza del Anhelo», es la novela ambientada en Ogok’Ib el mundo fragmentado por El Resplandor.
(...) A lo lejos y sobre mí, la bruma de corrupto arcoíris con sus colores que van de muertos a chillones, colores que no son los que tú conoces, se traga el cielo y la distancia. Hace mucho tiempo que cualquier lugar de Ogok’Ib parece una jaula al interior de la bruma, un bastión que va a donde quiera que vayas y que puede sucumbir en cualquier momento. Vivimos dentro de errantes burbujas de jabón y El Resplandor es quien juega a reventarlas (...)
Puedes tener un poco más de contexto sobre esta historia si navegas por El Archivo, su huella está en todas partes, incluso en Heraldo de la Guerra, dado que casi todos mis mundos están conectados al interior de una trama más amplia que aspiro a desarrollar en un futuro. De momento sigo practicando mi escritura y te agradecería que hoy me hicieras algún comentario.
Me pongo en el papel de alumno, que es lo que soy.
Bien, dicho lo dicho, te dejo el (borrador) inicio de la novela.
Capítulo 1: Cuarenta y nueve horas…
“Cuarenta y nueve horas y bastante”, pensó Cixlu, empezaba a sentirse ansioso. El palacio de verano del rey Imar era suntuoso, pero a Cixlu le parecía que no era tan osado como otros, de hecho, era agradable estar allí, en aquel recibidor rectangular que servía de antesala a la oficina del rey Imar. A su alrededor, paredes de mármol adornadas con enrevesados patrones de luz curvos quedaban atrapadas entre columnas de madera, columnas rectangulares y negras. Las paredes eran blancas, los patrones rojos, el suelo también era de mármol, pero negro. El techo negro, en su centro un apretado enjambre de lucecillas rojas — una clásica lámpara flor — de ellas nacían los patrones de luz. Fabricaban estas lámparas con alquimia; al transmutar un pétalo de flor con una piedra filosofal de fuego. El buen gusto era necesario para escoger los pétalos adecuados, en este caso fue exquisito, aunque Cixlu intuía que la piedra pudo ser más pura, pero solo los monstruos como él notarían ese detalle, la mayoría de los alquimistas más geniales no tendrían la habilidad necesaria para reparar en ello.
Llevaba una hora esperando mientras Imar atendía al otro invitado. Tuvo que tomar un desvío para asistir al llamado del rey, eso le molestaba, pero el instinto le decía que habría algo espinoso que tratar, no le gustaban los temas espinosos, pero el más candente del momento le interesaba mucho. Esa espada que rasgó el cielo, Cixlu la vio descender, y se estremecía al recordar el poder que emanaba del artefacto. ¿Qué era?, se preguntó mientras jugueteaba con sus dedos sobre el respaldo del cómodo asiento que le habían ofrecido y había ignorado. Pero no era una pregunta importante, la respuesta estaba clara; algo con lo que no había probado. Cixlu creía haberlo intentado todo para salvarla, todo lo que Ogok’Ib tenía para ofrecer, pero no esa espada, esa venía de afuera, de otro lugar. Las esperanzas de Cixlu eran ridículas en realidad, improbables, infundadas, desesperadas, pero solo le quedaba eso.
Las tenues voces al interior del despacho se hicieron más fuertes, el tono susurrante dio lugar a la aburrida vivacidad de las formalidades. Se marcha el inmundo profano, dedujo Cixlu al tiempo que se sentaba en el olvidado asiento y adoptaba una postura petulante, como si estuviera muy incómodo por haber tenido que esperar. La capa de viaje roja y larga bien abotonada sobre el pecho, como si pensara partir en cualquier momento, la punta del bastón de hueso blanco presionado contra el suelo, a la espera de la retirada que estaba pronto a impulsar. Un sirviente, de pie y en silencio junto a la puerta de la habitación puso mala cara, pero se aseguró de no ser visto por el joven excéntrico al que vigilaba. Cixlu era extraño e impredecible, pero poderoso, demasiado influyente según algunos agnósticos. Mientras, Cixlu continuó con su acto, tensó las piernas, sacó un reloj del bolsillo izquierdo de su pantalón y se puso a fingir que le indignaba la hora, inmerso en una mueca incómoda que congeló a medio camino, a la espera de que se abriese la puerta.
Al sirviente le recorrió un escalofrío involuntario. Aquel hombre delgado, de más de dos metros de alto y hombros anchos como las alas de una gran ave rapaz, vestido con una larga túnica dorada que le cubría hasta los pies, al tensar su cuerpo y permanecer quieto en aquella pantomima de impaciencia, con una mueca de disgusto congelada en su rostro — siempre chispeante de inteligibles emociones que en ocasiones fulguraban más que su dorado cabello corto y erizado—, lucía tan vacío y muerto como un espantapájaros. Pero entonces el sirviente reparó en la sonrisa depredadora que se ocultaba bajo la mueca y apartó la vista cohibido.
- ¡Al fin! – protestó Cixlu al ver salir a Imar, no olvidó completar la mueca de fastidio con tal maestría que el sirviente se vio obligado a elogiarlo en su mente.
Imar sonrió apenado, a su lado, el hombre tenebroso, de pupilas negras, de presencia sombría, vestido como la noche, bajo una capa de oscuro misterio, hizo una reverencia profunda hacia Imar. Aquel gesto despeinó el largo cabello azabache que solía ocultar bajo el sombrero ancho y redondo, fabricado con lo que Cixlu sospechaba era piel de rata — ratas negras de alcantarillas inmundas —, sombrero que con extremo decoro se colocó frente al pecho en señal de respeto y servidumbre. Cixlu tosió, dio un paso hacia adelante y dos en la dirección contraria al profano, así quedó de frente a Imar antes de hablar.
- Ahora entiendo porque su alteza me invitó a venir a otro palacio – dijo mientras dedicaba al rey una breve reverencia, luego miró de reojo al hombre tenebroso y agregó - ¡En efecto, este es mucho más discreto!
El aludido no se molestó con Cixlu, abandonó la sala en silencio, pero con el paso calmo y confiado que solo nace en un corazón arrogante. Imar lo observó partir.
- ¡Gran Vindicador! Perdona mi inoportuna llamada – exclamó cuando la puerta se cerró tras el otro invitado.
- No inoportuna, pero si clandestina, un soldado borracho depositando con sigilo misivas reales en mi bolsillo. No vi venir ese movimiento de su parte, alteza.
El rostro del sirviente se puso un poco rojo. Indecoro, pensó.
- Aun así, viniste sin detenerte a reposar de tu largo viaje, me conmueve tu lealtad, Gran Vindicador.
- Me interesa lo que tenga que decir, alteza.
El sirviente dio un respingo en su sitio, indignado, pero Imar no reparó en la franqueza de Cixlu.
- Por favor, ven adentro.
Cixlu se limitó a caminar detrás del rey hacia el despacho. Aquí las paredes eran negras y las columnas blancas, los patrones seguían siendo rojos, un segundo enjambre de lucecillas, mucho más tenues, pendía a poca altura desde el techo negro y trazaba una red de sombras de luz sobre el suelo negro. El despacho circular tenía por únicos muebles dos mullidos sillones a ambos lados de una mesa rectangular, todos de madera, negros con patrones rojos. Imar se sentó en el sillón más grande, de espaldas a la pared y de frente a la puerta, Cixlu se tumbó en el otro, pero casi de inmediato se levantó y se puso a sopesar algunas ideas en su mente, ideas que Imar no pudo descifrar. Abandonó sus cavilaciones de forma tan abrupta como empezó, se giró hacia el rey y se le quedó mirando unos instantes.
- ¡Oh, perdone alteza, ya casi estamos todos! – se apresuró a decir ante el evidente desconcierto del monarca.
- ¿Esperamos a alguien? –
- A Hobflu.
- ¿Una de sus bocas? –
- Sí, pero le aseguro que se entristecería si le escucha llamarlo de esa forma –
Imar dudó antes de responder.
- Perdone, no era mi intención… ¿Dónde se encuentra su golem?
- Vigilando al profano, por supuesto.
Imar no respondió, prefirió esperar a dar detalles de su relación con aquel hombre, de todas formas, pronto quedaría claro. Mientras Cixlu permanecía de pie, el rey cruzó las manos sobre la mesa y observó su rostro en el sombrío reflejo que le devolvía la superficie pulida. Un rostro tan amable y manso como lo hacían ver sus detractores, los mismos que controlaban sus acciones y deseaban tener en él la dulce marioneta que debería ser. No, no era tan manso como lo hacían ver. Alguien tenía que mediar entre los extremos, salvar a Ogok’Ib necesitaba a todos los alquimistas bajo un solo liderazgo. Esta era la fuerza de su reinado, mantener la paz, unir a los hijos de K’Vasi, y lo demostraría. Había invitado a Cixlu en secreto con este propósito, al otro lo habían invitado sus detractores, pero él no tenía quejas sobre esto. Sabía que estaba a punto de traicionar a su gremio al hablar con el Gran Vindicador esta noche, justo como ellos sospechaban que haría, pero sus prioridades estaban claras, necesitaba el favor de la espada para salvar a Ogok’Ib.
La puerta se abrió y apareció el sirviente con una mezcla de desconcierto y vergüenza en su rostro. Cerca de sus pies había una masa amorfa del tamaño de un gato, bastante líquida, roja, parecía sangre, pero de pronto apareció una boca sobre su cuerpo informe y habló.
- ¡Perdone la tardanza, alteza! – dijo mientras su cuerpo se ondulaba en lo que debió ser una reverencia.
Imar se limitó a sonreír con gesto conciliador. Hobflu entró arrastrándose y el sirviente cerró la puerta tras él, aun consternado. Cixlu se sentó, el golem trepó hasta su hombro derecho y el rey notó como el broche que sujetaba la capa roja de Cixlu se convertía en una boca, era como si el Gran Vindicador tuviera un juego de dientes extra en el centro del pecho, pero no tuvo tiempo de sentirse incómodo antes de que una tercera boca apareciera sobre el bastón de hueso.
- Ahora estamos todos – casi sentenció Cixlu.
El rey se enderezó en el asiento, no dio rodeos, sabía por experiencia que Cixlu no le permitiría desperdiciar su tiempo de esa forma.
- ¿Qué sabes sobre la espada? – soltó
El Gran Vindicador no respondió, primero se acomodó en el sillón y se permitió sonreír. Todo esto sucedió en apenas un parpadeo, la siguiente expresión en el rostro de Cixlu fue pura, sincera, en cierta forma amenazante; urgencia. Una urgencia que Imar pudo imaginar gravada en sus huesos. A pesar de ello, Cixlu esperó en silencio a que el rey continuara. Imar no pudo evitar sentirse asechado por un depredador del cual tenía muy pocas posibilidades de escapar. Prefirió hacer otra pregunta.
- La espada tiene una petición ¿Puedes fabricar un homúnculo?
Cixlu lo miró a los ojos “¡Peligro!”, gritaron los instintos del rey, pero no había a donde correr. Hobflu se movió incómodo en el hombro del alquimista, pero no dijo nada, nadie lo hizo durante algún tiempo.
- ¿Qué puede hacer la espada? – preguntó Cixlu al fin.
- Puede decirnos como salvar Ogok’Ib.
- ¿Puede curar la corrupción?
- No, pero es esperanzador… lo que tiene para ofrecer.
- ¿Qué es eso exactamente?
Imar, hizo una pausa breve para organizar sus ideas.
- Hay otros mundos, la espada, su nombre es Susurradora, ella puede enseñarnos a cruzar. Oculto en un mundo sagrado hay tres criaturas sagradas, los Principios… cielo, mar y tierra, cada Principio contiene toda la verdad sobre una de estas palabras…- Cixlu estalló en una carcajada febril- ¡Es cierto, Gran Vindicador! Susurradora no puede mentir.
- ¿Cómo lo sabes? – se forzó a preguntar Cixlu
Imar respondió arrastrando las palabras en un susurro, como si mencionara algo que no debía, algo a lo que debía temer, algo que estaba gravado en la memoria de la humanidad al igual que el negro nombre de Al’Odi.
- Es un Final, el Final de la verdad.
Cixlu tragó saliva, sus otras tres bocas lo imitaron, pero recordó el poder que emanaba de la espada durante su descenso y prefirió creer.
- ¿Cuántos? – interrogó
- ¿Cuántos qué?
- El profano, yo... ¿A cuántos le has preguntado?
- Pocos pueden intentarlo, somos tres, contándome a mí
Esta respuesta no pareció sorprender a Cixlu.
- Vas a intentarlo, pero no tienes confianza, por eso nos llamas- inquirió
- Susurradora premiará a la humanidad si logramos crear un homúnculo, pero la humanidad premiará a quien lo logre, yo ya tengo todo lo que la humanidad puede darme.
- Y aun así lo intentarás.
- Lo intentaré por Ogok’Ib – contestó Imar molesto.
- Puedo crear un homúnculo, con toda seguridad, si tengo acceso a todo lo que necesito, si me apoyas no necesitarás intentarlo.
- Te apoyaré, pero insistiré… y a él también lo apoyaré. Ogok’Ib necesita a todos los alquimistas juntos.
Cixlu no respondió, se limitó a observar al rey antes de respirar hondo y continuar.
- Los agnósticos no me entregarán un permiso para crearlo, tú no tienes poder sobre las leyes. ¿Es esta la ayuda que me ofreces?
- Gran Vindicador, desconozco cómo te enteraste de todo esto, pero los arbitrarios se alegrarán de saberlo, y de saber que su campeón estará en el centro de la contienda. Ellos escriben las leyes, y Susurradora no distingue entre las cortes y el parlamento.
Hubo otro silencio.
- Lo es – dijo Cixlu
- ¿Qué? –
- Es esperanzador. Qué ironía, he encontrado esperanza al reconocer que ya no me quedan salidas – El Gran Vindicador se puso de pie y caminó hacia la puerta, pero se detuvo a pocos pasos - ¿Para qué necesita un homúnculo?
- Está herida, debe regresar a su origen para sanar, pero solo alguien que nunca ha mentido puede sostenerla – contestó Imar.
- Yo crearé ese homúnculo – sentenció Cixlu antes de cerrar la puerta tras él.
¿Y bien? ¿Qué te parece el borrador?
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Nos leemos el domingo.
PD: El título del capítulo responde a una dinámica de la novela que no te puedo explicar ahora, ya te contaré.
Hola! Es un comienzo interesante, pero siento que hay demasiada información y pocas explicaciones, cuesta seguir el hilo y entender o empatizar con los personajes. A la vez se me hace algo pesado el estilo con frases muy largas y descripciones bastantes extensas y detalladas. Entiendo que es un borrador y por lo tanto no está pulido.
Saludos!
Buena forma de presentar la historia y su protagonista.