Uróboros, símbolo de la eternidad.
Es la injusticia de la indiferencia y el cariño superficial, es la desidia nacida de las propias aspiraciones. Son sentimientos egoístas los suyos. Contra ella que ha muerto y contra mí que en ...
Uróboros — o Uroboros o Ouroboros o οὐροβóρος —, más que una criatura mitológica es un concepto. Es la idea del ciclo eterno y lo inevitable. Es la serpiente griega que se muerde la cola, pero tiene similitudes con Apofis, Jormungandr o Shesha; serpientes que de una u otra forma han tenido sus roces con la idea de lo infinito. Uróboros representa también al equilibrio, siempre que este no se conceptualice como «estático», el equilibrio ha de estar en el movimiento constante, en el cambio. Los alquimistas lo entienden bien.
Busco la forma de traerla de vuelta, a mi dulce brisa de primavera robada por las tormentas estivales. No es para mí un mundo sin su risa intrépida dando brincos entre las flores y las mariposas. Esta mal, es incorrecto; el despertar y encontrar junto a mi sólo el cuerpo frío y rígido, preservado en cristal imbuido de promesas, es intolerable.
No me importan las críticas, los reclamos o el rechazo. No tengo en cuenta las súplicas de otros que desean para ella descanso eterno. ¡No es justo! Que su vida termine en abrupta ruptura y los vivos se conformen con «dejarla ir para continuar». No tengo yo a donde continuar, en este mundo no hay lugar para mí sin ella. Es la injusticia de la indiferencia y el cariño superficial, es la desidia nacida de las propias aspiraciones. Son sentimientos egoístas los suyos. Contra ella que ha muerto y contra mí que en desdichado soplo de la suerte más negra quedé vivo. En lugar de irme con ella…
Pero no hay piedras que el alquimista no pueda tornar en oro. La muerte es sólo una piedra muy grande, la vida de ella es la prenda más brillante de todas. Una prenda para el mundo, que llora a despecho su pérdida. Yo lo escucho; el lamento, el mío y el de él. Sigo su rastro hasta las puertas del Samsara…
Y ahora que las tengo delante no dudo ante su belleza, abrumadora en virtud de la sutileza que las compone. Estampo mi empeño contra el arte de vidrio y poder, tejido en irregular mosaico de infinitas versiones de mi, y se abren en banda las pertas, y paso al otro lado sin temer a todos los yo que pude ser y que me observan marchar. Ella… ¿Dónde está ella?
Ante mí un reino confuso de bruma multicolor y suelo etéreo, que ahora sostiene mis pasos, pero sé, por instinto o porque en el alma de todas las cosas perdura el recuerdo de haber explorado estas tierras incontables ocasiones desde el inicio del cosmos, que podría atravesarlo sin más para descubrir las realidades que lo componen. Es fácil perderse aquí dentro, debo encontrarla pronto, pero de este lado no puedo sentir el lazo, es algo confuso… ¿Dónde está ella?
Avanzo hacia el interior y me abordan, arremolinadas entre las brumas, las cosas del mundo que clama por mi. Siento la tentación. No puedo, tengo que encontrarla a ella. Avanzo y… La niebla se raja y al otro lado de la abertura — lejos, en un plano de existencia prohibido para los humanos —, la serpiente del infinito se traga a si misma. Todo cuanto soy está preso ahora en una atención reverente, involuntaria, temerosa; Uróboros me observa.
Colosal en poder y forma, el mundo es pequeño a su lado — cualquiera que sea ese mundo sobe el que se envuelve nueve veces—. Sus escamas rojas ocultan el brillo rojo en la penumbra mientras vigila, hambrienta, al sol que está a punto de emerger en su reino. Sólo un resquicio de su atención cae sobre mí, pequeño como es pequeña la más insignificante célula de mi cuerpo; es suficiente.
- ¿Dónde está ella? - suplico.
Uróboros, llega a mí el entendimiento como una vibración apenas perceptible, celebra mi pasión. Lo eterno proyecta en mí una visión de lo que fue de ella y veo… ¡Terrible visión! Mi brisa de primavera atraviesa las puertas al otro lado del Samsara, aquellas que conducen al mundo de los vivos y al olvido, a no ser nada otra vez, a dejarme sólo. Condenado de mí, triste y mísero alquimista que no pudo tornar en oro una piedra grande. La muerte es muy grande y peor es mi destino.
La compasión de Uróboros vuelve a vibrar en torno a mí. Las puertas se manifiestan a mi lado. «Ve» — siento que me ordena La Eterna — «Ella cruzó para encontrarte»
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