Capítulos anteriores.
Cuando abandonó la interminable monotonía de piedra gris y entró en el verde jardín, pudo ver que las puertas de la Montaña estaban abiertas. Aún las cubría la faull. El Dragón y la Suprema lo recibían, a él, al ro y a la presencia del hombre que parecía volar montado en la luz del Sol Rojo, tan alto en el cielo que solo las Marcas lo habían notado.
Binort sintió su compañía desde que el cielo comenzó a teñirse de blanco, y rezó a la Diosa para que ese hombre fuese imparcial una vez más, aunque no comprendía sus motivos ni la capa de misterio que envolvía las acciones del Sabio. Binort, al igual que Dorák e Íria, lo había apostado todo a Ylión, pero a diferencia de ellos, él tenía las palabras de su diosa como guía y no las cadenas de los solares. Si Ylión no reconocía la Marca de Dorák, Binort se llevaría a sus protegidos ese mismo ro, aunque tuviese que arrasar La Montaña.
Pero aún con todas las dudas que preocupaban al Guardián sin Marca, esperaba de corazón que Dorák fuese señalado por el Heraldo. Ni siquiera él, que no temía a nada ni a nadie dentro de Kew’Om, deseaba tener que enfrentarse a las Marcas.
El Dragón y la Suprema se sentaban en dos tronos de cristal junto a las puertas. Los asientos, elaborados con el mismo material de La Montaña, esparcían luz azul sobre el resto de los que les hacían compañía. En una litera que algunos sirvientes cargaban junto al trono del dragón, adornado con lo que Binort calificaba como ropas largas de mujer, y asistido por doncellas armadas con toldos para bloquear el resplandor de los tronos, se encontraba Jav. Si todo el asunto entre Dorák e Íria se solucionaba sin contratiempos, Binort recomendaría al Dragón enviar a su hijo a la frontera, el pobre muchacho estaba tan consentido que era incapaz de aparecer en público sin hacer el ridículo. Un golpe de realidad le haría entrar en razón.
La Suprema Sacerdotisa se sentaba tan recta que su espalda no tocaba el respaldo de cristal. Parecía tensa, eso era extraño en ella. Binort odiaba lidiar con aquella mujer que pensaba con la solemnidad de un pavo real, pero actuaba con la ligereza de un gato. Unos pasos por detrás, de pie, sola y en silencio, estaba Íria. La muchacha en su totalidad era un desafío a la audiencia que la rodeaba: la postura relajada una respuesta al desprecio que le proferían; la belleza de sus rasgos y el estilo osado de su vestido rojo y ceñido una señal de confianza; y la mirada, fija en el hombre que cabalgaba contra los límites de la faull para recibir a los invitados una declaración muda.
Dorák abandonó la faull cuando esta perdía sus últimos rastros de dominio sobre el cielo. El Sol Rojo centelló sobre Sombra de Luz, la espada de Dorák, justo antes de reclamar el firmamento y el príncipe detuvo a su montura lejos de las bestias. Se bajó del caballo y Binort desmontó al león de oro. Cuando estuvieron a poco menos de dos metros Dorák se detuvo.
- Bienvenido a La Montaña, Protector de los Confines – saludó haciendo una reverencia formal al inclinar su cabeza a la altura del abdomen.
Binort le pegó un golpe en la cabeza y luego lo hizo ponerse derecho de un tirón.
- Te golpeo por no avisarme antes…
- ¡Te avisé en cuanto supe que hacer! – protestó airado el príncipe.
Binort le dio otro coscorrón.
- No me interrumpas – advirtió el Bárbaro-. Y también te golpeo por hacer payasadas delante de toda esta gente – agregó señalando a la lejana multitud -. Nos pones en ridículo.
Dorák respiró hondo en un intento por no argumentar contra aquel comentario. Recuperó una postura digna, y saludó con una inclinación más leve a los rostros conocidos que viajaban en la caravana: varios de los guerreros más poderosos de los Confines Libres. Dorák se estremeció de miedo y orgullo al comprender lo que esto significaba.
Un joven de musculatura intimidante, alto y con el cabello castaño atado en dos largas trenzas que caían por su espalda, se acercó a ellos desde el grupo de los confinados. Dorák saludó al único hijo de Binort con una sonrisa disimulada, que el muchacho correspondió con la misma expresión amable rematada por una mirada feroz de su padre. Valkar tenía apenas diez y seis años, pero ya era más alto que él.
- ¿Por qué no vino también la cuñada? – preguntó el muchacho.
Valkar había pasado la mayor parte de su infancia persiguiendo a Dorák por el palacio de Binort en los Confines Libres, cuando este fuera enviado allí para recibir entrenamiento y educación a solicitud del mismo Protector de los Confines. El chico, impelido por la lógica simple de su pueblo, consideraba a Dorák como un pariente y lo trataba como tal.
- Íria está en una situación difícil, es mejor que se quede al margen de todo hasta que Ylión realice el ritual – contestó el príncipe.
- No creo que ella haga eso – comentó Valkar.
- No, pero debería – reconoció Dorák.
- Lo que Íria debe hacer lo sabe mejor ella que nosotros – intercedió Binort – Recoge a tu caballo, Dorák, el Ro ya llegó, e Ylión está descendiendo.
El príncipe alzó la vista hacia el cielo blanco, pero no pudo ver a Ylión. Así que obedeció y se las arregló para que el nervioso semental caminase a la par del león dorado y el enorme lobo negro de Valkar. La luz de los tronos, ahora roja, fue tragada por el suelo de la montaña junto a los asientos cuando las Marcas se pusieron de pie para recibir a Binort. El Protector de los Confines ofreció respetuosas, aunque breves reverencias al Dragón y la Suprema, que correspondieron de forma similar.
- Binort, agradezco que hayas venido a preocuparte por los asuntos del reino. Sé que los Confines Libres requieren cada vez más tu guía estos últimos años – comentó el Dragón.
- Les ha parecido buena idea construir ciudades – contestó Binort -. Es un fastidio, pero ha sido idea de mi consejo de ancianos, así que puedo dejar que ellos se ocupen de sus ocurrencias. Lo que no puedo es ignorar el asunto de los muchachos. Ivak, todos vimos venir esta situación. Nadie hizo nada cuando eran un par de chiquillos holgazanes escapando a escondidas de sus deberes para encontrarse. Me parece hipócrita que todo Kew’Om se ponga de cabezas cuando se destapa un secreto a voces.
- Yo no me alegro de verte, Binort – intercedió Zalya con su franqueza habitual -. Lo que sucede entre Íria Bendita y el príncipe Dorák no es un mero escándalo palaciego. Implica los fundamentos de nuestra fe y el destino de Kew’Om.
La Suprema Sacerdotisa tenía los ojos clavados en Binort y había tal intensidad en su mirada que otra persona hubiese preferido no contestar, pero al Bárbaro le interesaba poco la autoridad religiosa de la Santa.
- Destino… - dijo Binort saboreando la palabra – Nuestra Diosa no suele hacer profecías, pero en ocasiones nos da advertencias -hizo una pausa para mirar hacia Dorák, que permanecía junto a él y luego hacia Íria, que se acercaba en silencio - Por eso estoy aquí.
El comentario tuvo el impacto que deseaba. Los distinguidos descendientes y sacerdotes reunidos bajo las puertas se mostraron incómodos u ofendidos. Zalya frunció el ceño, molesta, aquello era una provocación directa. El matrimonio sagrado entre las Marcas era un asunto sensible en la fe de Kew’Om, pero aquel bárbaro hereje se atrevía a ostentar sus herejías para defender el pecado que cometían Íria y Dorák. El Dragón, en cambio, se mostró interesado.
- ¿La Diosa de la Tierra ha revelado algún designio? – preguntó.
- Que viniera aquí – contestó Binort -. Sus palabras no suelen ser muy concretas, pero supongo que mi presencia cumple con alguna función.
El Dragón estudió a la escolta de Binort e intuyó que el mensaje de la diosa no debía haber sido tan breve. Intercambió una mirada significativa con Zalya, la Suprema había llegado a la misma conclusión. Kew’Om caminaba al borde de un precipicio y lo que les aguardaba en el fondo era la destrucción. Pero poco podían hacer para evitarlo, solo les quedaba esperar que Ylión pudiese ayudarles a salvaguardar la integridad del reino.
Jav, ahora de pie, se acercó a las Marcas y Binort seguido de Uilo e Inara.
- Protector de los Confines – saludó Uilo inclinándose con elegancia a pesar de su edad -. La Corte de Kew’Om lamenta que el error cometido por la Bendita Íria lo haya afectado a usted. Nos inquieta que la genuina preocupación que siente por el reino le haya generado inseguridad sobre el estado real de la situación en La Montaña, pero no debe impacientarse, este es un asunto que compete a nuestra fe y pronto quedará resuelto.
En lugar de responder, Binort se acercó a Íria, que ya estaba junto a Dorák. Señaló hacia Uilo e hizo una pregunta que crispó los nervios de más de uno.
- Mi niña de los soles, estos perros no te han hecho nada, ¿verdad?
Íria sonrió, pero luego se inclinó ante Binort y no respondió, en su lugar se adelantó para dar un breve abrazo al Bárbaro antes de volver a colocarse junto a Dorák.
- No le han hecho nada, ¿verdad? – interrogó Binort a Dorák y el disgusto en su tono hizo retroceder a Uilo.
El viejo dragón maldijo la astucia de Íria en su interior.
- Íria Bendita está bajo mi protección, nada puede ocurrirle – intercedió Ivak.
Binort estuvo a punto de cuestionar sus palabras, pero la expresión tensa y severa del rey le hizo entender que no tenía permitido hacerlo. Al menos no en ese momento.
- El mismo ritual que reveló la bendición de Íria – dijo Binort y a sus palabras le siguió el eco de cientos de Us que descendieron desde las nubes hasta las puertas de La Montaña. Las criaturas comenzaron a cantar cada palabra que el Bárbaro pronunciaba -. Demostrará que Dorák está marcado y luego no aceptaré ninguna queja más. Se pactará un matrimonio sagrado entre la Suprema y el Heraldo, como requiere la fe de sus soles.
- Eso solo sería una opción si Dorák es marcado – intercedió Zalya.
- Los Us no cantaron sus palabras.
- ¡Oh, sucederá, Suprema! Sé que lo sabes tan bien como Íria. Luego no habrá otras opciones, Dorák e Íria contraerán matrimonio y aquí termina el asunto – sentenció Binort con voz amplificada por el canto de las criaturas.
- Si Dorák es marcado, yo me encargaré de que todo ocurra de la forma correcta – decretó el Dragón con autoridad y los Us reflejaron su decisión.
Binort sostuvo la mirada de Ivak mientras intentaba descubrir el significado real de sus palabras. No había nada que sacar de aquello fríos ojos de lagarto.
- La Corte de Kew’Om y algunos sacerdotes, hemos llegado a considerar que realizar este ritual no es necesario, Santa – dijo Inara inclinándose mientras se dirigía a la Suprema Sacerdotisa – Resulta ofensivo a los soles que se aplique una interpretación tan sublime sobre un individuo con tan inadecuado linaje…
- ¿Qué es lo inadecuado en el linaje de un dragón? – retumbó una voz desde el cielo.
Inara creyó que habían sido los Us y estuvo a punto de ignorar el afilado comentario, pero a tres metros sobre ellos estalló una llamarada de fuego rojo tan intenso que la descendiente se vio obligada a entornar la vista. Los sacerdotes que allí se encontraban se arrodillaron ante el fuego e Íria y Dorák hicieron lo mismo. Los descendientes no tardaron en imitarlos y pronto solo quedaron de pie las Marcas, Binort y su séquito. De la llamarada brotó una mano de nudillos robustos y tensa musculatura. Pronto le siguió el cuerpo de un hombre ataviado con desgastadas túnicas de color rojo oscuro que se pegaban al torso de complexión esbelta, pero sólida. Cuando Ylión estuvo fuera del fuego, los presentes pudieron ver a un hombre de mediana edad, con rostro severo, la barba roja bajo una cabeza rapada y una nariz ganchuda y afilada que recordaba al pico de un águila. La llamarada se redujo y envolvió al Sabio, que caminó por el aire hacia la tierra con la piel incendiada. No parecía hacerle daño.
- El ritual debe realizarse – informó -. Y comenzaremos de inmediato.
Capítulos anteriores.
Un nuevo jugador en la intriga palaciega. ¿Qué tanto problema con que los muchachos se casen? Parece que habrá una guerra, tanto si lo hacen, como si no.
Te leo.
Que entrada