Si te persigue un anterior corres
Y como yo lo traía pegado a la nuca, huía y limpiaba la mierda del mundo con cada nombre sagrado que me caía en la lengua.
Si te persigue un Carroñero corres. Corres y rezas, si llevas alguna ventaja. Si lo tienes encima corres y maldices hasta el Anhelo de K’Vasi. Y como yo lo traía pegado a la nuca, huía y limpiaba la mierda del mundo con cada nombre sagrado que me caía en la lengua. ¿Alguna vez te has topado con un Carroñero, Is’I? Sí, claro que lo has hecho, ustedes, trotamundos…
Bueno, entonces sabes a lo que me refiero. Bestias sólidas, marrones por lo general, cuatro metros de largo, casi tres de alto, con cuerpos de cerdo salvaje y cabeza de carnívoro. Orejas puntiagudas de las que salen penachos de pelo multicolor en los machos… Dientes, muchos dientes… ya sabes; el infierno mismo. En situaciones desesperadas como esa, la mente de una persona se hace ligera y, con suerte, encuentra alguna estratagema para salvar el pellejo, sobre todo si tiene experiencia en eso de estar a punto de ser separada del cuerpo. ¿Qué te diré, Is’I? El mío es un oficio emocionante. El asunto es que huía y me cagaba en K’Vasi, pero tenía un plan.
Y un encargo. Uno que no aceptaría otra vez, no después de ver al Gran Alquimista en acción. Pero en aquel momento no sabía la magnitud de… mejor digamos que nunca antes había tenido tantas razones para ensuciar mis pantalones. Fue cosa de la muy noble, muy hermosa y muy loca Shaik’Owe. Hija del Custodio de la Memoria y alquimista de realidad. Tres transformaciones de esa piedra filosofal medio pagana. ¿Cómo sabes que no profanas cuando tu alquimia trasmuta la realidad en sí? Igual a ella no creo que le importe, porque justo a profanar me envió.
Aquí debo hacer defensa de mi persona, Is’I. Yo no profané a nadie. La niña loca de los Howe trasmutó una moneda con el único propósito de extraer a Muse de la realidad del Gran Vindicador, Cixlu. Ella hizo la alquimia, yo cargué con el recado, pero dadas las circunstancias de mi oficio, todo lo que hice está amparado como un acto… profesional. Mi encargo era poner la moneda ante El Gran Vindicador, nada más.
Resulta que, en un inesperado golpe de suerte, no tuve que ingeniármelas para acercarme al hombre. El y… oh, esto puede interesarte, por cierto, si es que no lo sabes ya. El y el mismísimo Infalible tuvieron una pequeña conversación en una posada de Ib’Glit. No me atreví a quedarme demasiado tiempo, pero escuché dos cosas, la primera fue un cuestionamiento sobre qué hacía el Infalible rondando a la dama Muse… interesante ¿eh? Si, ya veo que este chisme no lo conocías, de todas formas, esa conversación no duró demasiado, luego escuché algo que me interesó más; Cixlu estaba persiguiendo a un Carroñero que comió carne de Anterior. ¿Por qué el Gran Alquimista cazaba a la segunda bestia más peligrosa de Ogok’Ib luego de que se alimentase de la más peligrosa? No lo sé, pero ahí estaba mi oportunidad.
Me apresuré todo lo que pude y encontré al gran Cixlu rastreando la zona que le indicó el Infalible, cerca de un arroyo a las afueras del bosque. Ya había matado a dos Carroñeros, pero no al que buscaba. Entonces puse en marcha mi plan. Verás, mi alquimia de sigilo es muy útil para todo tipo de cosas, y luego de alcanzar la tercera transformación… debo confesar que estaba bastante lleno de confianza. Trasmuté mi rastro y fui a buscar a la criatura. El plan era llegar al Gran Vindicador con información interesante y, quizás de ese modo, encontrar la oportunidad de mostrarle la moneda trasmutada. Si hubiese recordado que los Carroñeros asimilan la naturaleza de lo que comen quizás no me habría visto en una situación tan desesperada.
Encontré al Carroñero-Anterior liderando una manada de veinte o treinta mientras devoraban una sección de bosque, era dos veces más grande que el resto, se le había caído el pelo y su piel, ahora negra y gris, emitía la oscuridad característica de un Anterior. También tenía la magia negra de un Anterior, y me detectó de inmediato. Por suerte soy un corredor endemoniadamente rápido y mi alquimia es persistente, perdieron el rastro un par de veces mientras me perseguían. Así llegué al arroyo donde el gran Cixlu había matado a otros dos Carroñeros y esperaba mirando en mi dirección. No sé cómo lo hizo, espero que no me anunciaran mis inmundas maldiciones, pero él ya sabía que los Carroñeros venían.
- ¡Gran Vindicador, te traje al grande! – grité a unos cien pasos de él.
El hombre se quitó la capa y esta se estiró como un látigo… se estiró cien pasos en un instante, me aferró por el abdomen y jaló de mí. Un segundo es mucho tiempo, podría haberme salvado cinco veces en ese tiempo, y esa fue la primera señal que me hizo pensar en lo estúpido y suicida que era mi encargo. Caí de bruces a su lado y el buen hombre me dio una patada amable — Si, Is’I, eso es posible para él —que me arrojó tras una roca.
- No te muevas ni un centímetro – dijo sin separar la vista de los Carroñeros que cargaban hacia él.
Si hubiese tenido algún motivo para hacer lo contrario a arrojarme al suelo y taparme la cabeza con las manos mientras el Gran Vindicador se ocupaba de los Carroñeros, hubiese desistido igual cuando este dio sus tres buenas zancadas hacia adelante. Y esa palabra es importante, Is’I; «Zancadas», no porque Cixlu fuese un hombre más bien delgado que supera los dos metros de altura con piernas largas como lanzas. Tiene un poco más que ver con… con la mirada calmada y al mismo tiempo asesina que les lanzó a las bestias, que, iluminada por la enhiesta melena dorada como una antorcha que tiene el hombre, me recordó el filo de una espada bajo el fuego de la guerra. Y… tampoco es eso. No, no, nunca he sido buen poeta, pero esto no se explica con palabras simples, hace falta un poco de teatralidad para expresar una idea que comprendes con las tripas, no con la razón. En fin… dio tres pasos que no eran pasos, eran algo más enérgico y titánico, como los pasos de una entidad más encumbrada que un mero humano.
Con el primero la tierra vibró, las aves volaron, el bosque quedó en tal silencio que solo podía escuchar mi respiración y la bestial estampida de los Carroñeros. Al segundo los cadáveres de los carroñeros comenzaron a comprimirse a medida que formaban tres esferas distintas detrás del Gran Vindicador; de sangre, carne y hueso. Una por cada una de las piedras filosofales de Cixlu. Y… por un terrible momento creí que me había descubierto, que algo en mí había hecho saltar las alarmas de su endemoniado intelecto y estaba a punto de profanarme en represalia, porque incluso mi cuerpo se arrimó a la voluntad férrea de su alquimia. Sangre, huesos y carnes, durante un instante abandonaron su vínculo a mí y me vi convertido en un espectro, en un caracol sin concha. Entonces dio el tercer paso y volví a estar entero, pero se desató el infierno a mi alrededor. Esta vez sí, el infierno mismo es Cixlu dando rienda suelta a su alquimia. ¿Seis trasformaciones dicen que tiene el Gran Vindicador en cada una de sus piedras filosofales? Ya sé que eso solo suena como una blasfemia, el hombre es más poderoso que los antiguos Fundadores elegidos por el mismísimo K’Vasi, pero es una blasfemia que se queda corta. Yo sé dos o tres cosas sobre maldecir y te voy a hacer una demostración: Las tres piedras del Gran Vindicador han alcanzado la séptima transformación. Dile eso a tus patrones, que toda La Realidad se entere de que hay en este mundo olvidado un hombre que está a un paso de convertirse en un dios. O en una triada, no lo sé, porque si alcanza la octava transformación con cada una de sus piedras…
Pero bueno, todas especulaciones de momento. Tampoco es que haya visto las piedras con mis ojos. Pero otras cosas si llegué a ver. Cosas imposibles o, por lo menos, desconcertantes. Mientras Cixlu peleaba con los Carroñeros vi volar a un dragón de hueso, y llover sangre… no, bueno, sí, si aceptamos como lluvia que la sangre vuele horizontal al suelo como una infinita andanada de flechas. Hubo momentos en los que cosas más grandes que un Carroñero circularon a mi alrededor haciendo temblar la tierra, y otros en los que el viento se encabritó sobre nosotros; batido por alas que deberían poder tapar el cielo multicolor del Resplandor. Escuché bramidos de furia, desenfreno y dolor por parte de las bestias, y carcajadas frenéticas de voces que no correspondían con la del Gran Vindicador, aunque él también se rio como un salvaje inmerso en su cacería. Casi al final de todo, hubo un momento en el que el clamor de la batalla fue tan ensordecedor que imaginé a dos ejércitos colisionado a las afueras de del bosque. Pensé huir, pero ni loco de miedo como estaba me atreví a moverme. El Gran Vindicador había dicho «ni un centímetro» y a mí el caos de aquella contienda ya me había zarandeado un par de veces. ¿Contaría eso como moverse «un centímetro»? Ni siquiera estaba seguro de permanecer oculto tras la roca.
Entonces todo se detuvo, pero yo esperé un poco más, para estar seguro. Luego aparté las manos de la cabeza y me permití examinar el terreno aún con el cuerpo apretado contra el suelo. ¡Y por la venerada mierda de K’Vasi perfectamente equilibrada en su composición, Is’I! Lo único que pude reconocer fue la roca tras la que me ocultaba, el resto se había ido. Me puse en pie tembloroso y examiné el estropicio con avidez, me encontraba en un cráter estéril, polvoriento y lleno de cadáveres de Carroñeros. El bosque ahora parecía lejano; a más de quinientos pasos de donde estaba parado. Y no pude encontrar el arroyo. Estuve a punto de huir, pero entonces vi al semidiós arrodillado en el centro del infierno que había desatado, junto al cadáver del Carroñero-Anterior. Estaba exhausto y seguía siendo humano.
Fue más el orgullo profesional que el instante de debilidad de Cixlu lo que me impulsó a completar el trabajo. Me acerqué a él con la moneda en la mano y dejé que la viera en un gesto casual. El Gran Vindicador se quedó congelado como si fuese un espejismo. El endemoniado objeto pulsaba en mi mano y a mí se me revolvían las tripas de vergüenza por lo que estaba haciendo, porque estaba claro que funcionaba. O eso creía yo. La loca de Shaik’Owe lograría su sueño de borrar la sombra de Muse y meterse en la cama del Gran Vindicador. El semidiós Cixlu se mantuvo en antinatural quietud durante unos cuatro segundos cuando, sin que su cuerpo se modificara, otra identidad se asomó a sus facciones; otra persona salió de dentro de él y me miró a los ojos. Comprendí entonces que Shaik’Owe nunca se metería en la cama del Gran Vindicador, aunque viniese ella en persona a intentar profanar al semidiós. Ella, niña estúpida y mimada como era, nunca conoció a Muse antes de que se enfrentara al Resplandor y fuese desolada, pero yo sí. Bajé la vista ante la potencia imparable que me observaba desde el rostro del Gran Alquimista, lleno de vergüenza ante la gloria de Emubse Ge’O, la Sentencia. La moneda en mi mano se partió y el trance del Gran Vindicador terminó. Volvía a ser él.
- ¿Cómo te llamas? – preguntó.
- Igular, señor.
- Igular, gracias por atraer al Carroñero. ¿Cómo te enteraste de que lo estaba buscando?
- Eh… -
- No tengas miedo, hoy estoy contento y satisfecho, no me molestaré.
- Escuché un poco de su conversación con…
- Claro, eso pensaba.
- ¡Solo escuché esto y…!
- Te debo un favor – me dijo el semidiós al que acababa de intentar profanar-. Puedes venir a la Colina Ge’O cuando lo desees. Te ayudaré con lo que me pidas.
- Gracias, señor – atiné a decir.
El gran Cixlu me hizo un gesto con la cabeza, no te puedo explicar cómo, pero, aunque no dijo una palabra, fue la solicitud más cortés que me han hecho en la vida. Me retiré, al parecer él todavía tenía trabajo que hacer.
Eso es todo.
Que dura esta la sentencia